"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA
SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Su Hijo no podía esperar hasta la resurrección
de los muertos en el día del juicio final. Por eso dispuso que su Madre fuera
“asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.
“…[P]or la autoridad de Nuestro Señor
Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra,
pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la
Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida
terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”. Con esta
declaración, contenida en la constitución apostólica Munificentissimus
Deus, del 1ro de noviembre de
1950, el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de Nuestra Señora la
Santísima Virgen María.
Ese dogma, que le da vida a la solemnidad de la
Asunción que celebramos hoy, es uno de cuatro “dogmas marianos” que forman
parte de la doctrina católica, y el último en ser proclamado.
El Concilio Vaticano II nos enseña que María
fue “enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más
plenamente a su Hijo, Señor de los señores, y vencedor del pecado y de la
muerte” (Lumen Gentium 59). En
la cultura y tradición judía, el lugar de la Reina era ocupado por la madre del
rey, la “Reina Madre”. La Reina Madre era reconocida como la abogada del
pueblo. Todo el que quería lograr un favor del rey, recurría a la Reina Madre,
quien siempre tenía el oído del rey. Los judíos se referían a ella como Gabirah, que quiere decir “gran señora”.
Habiendo Jesús ascendido en cuerpo y alma a los
cielos luego de su gloriosa resurrección, y siendo Él el último rey del linaje
de David (Lc 1,32), el lugar que corresponde a María, como Reina Madre, es en
un trono a la derecha de su Hijo (Cfr.
1 Re 3,19). Su Hijo no podía esperar hasta la resurrección de los muertos en el
día del juicio final. Por eso dispuso que su Madre fuera “asunta en cuerpo y
alma a la gloria celeste”, lo que enfatiza el carácter totalizante y completo
de su glorificación y encuentro definitivo con su Hijo.
Por otro lado, teniendo un cuerpo glorificado
al igual que su Hijo, María puede continuar manifestando su maternidad divina a
través de las múltiples apariciones, cuando su Hijo así lo permite, haciendo
posible que los videntes puedan percibirla con características étnicas que les
resultan familiares.
María vive ya plenamente lo que nosotros
aspiramos a vivir un día en el cielo. Representa para nosotros un signo de
esperanza. Ella es nuestra meta y nuestro ejemplo; nos conduce de su mano hacia
su Hijo, que es su razón de ser, con quien aspiramos un día compartir su
victoria sobre la muerte. ¡A Jesús por María! Ella es también nuestra Gabirah, nuestra abogada, la Reina Madre que intercede
por nosotros ante su Hijo, Jesucristo Rey.
En esta solemnidad de la Asunción de la
Santísima Virgen María, pidamos a nuestro Señor que nos colme de sus bienes
para que bendigamos Su nombre como Ella lo hizo con el hermoso canto del
Magníficat que leemos en la liturgia de hoy (Lc 1, 39-56). ¡Salve, llena de
gracia!… Santa María, ruega por nosotros.
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