"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA
MEMORIA OBLIGATORIA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, REINA
“Enaltecida por Dios como Reina del universo
para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de señores y vencedor del
pecado y de la muerte”.
Hoy celebramos la memoria obligatoria de
la Santísima Virgen María, Reina. Nuestra provincia eclesiástica nos propone las lecturas de feria, pero
hoy reflexionaremos sobre las lecturas propias de la memoria.
Como primera lectura propia de la memoria, la
liturgia nos presenta un pasaje del profeta Isaías (9,1-3.5-6), en el que profetiza
el nacimiento de “un niño, un hijo” que viene “[p]ara dilatar el principado,
con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino”. Esta
lectura, que nos prefigura el nacimiento de Jesús, nos sirve de preámbulo al
relato evangélico, que nos brinda uno de los pasajes más hermosos y más
comentados de las Sagradas Escrituras, el pasaje de la Anunciación (Lc
1,26-38).
Este pasaje es también uno de los más ricos en
contenido. Para esta memoria, nos limitaremos a los versículos 30-33: “Concebirás
en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será
grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David,
su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá
fin”. Vemos cómo ambas lecturas tienen como denominador común que Jesús es el
último y definitivo rey del linaje de David.
Para entender el alcance del Evangelio, y su
relación con la realeza de la Santísima Virgen María, tenemos que entender la
cultura y mentalidad judías. La tradición davídica dispone que la reina sea la
madre del rey, la “Reina Madre”. Vemos así, por ejemplo, cómo en el libro
primero de los Reyes (2,19), cuando Betsabé, la madre de Salomón, entró en el
salón del trono para interceder en favor de Adonías, “El rey se levantó a su
encuentro, hizo una inclinación ante ella (otras traducciones dicen que “se
postró” ante ella), y tomó luego asiento en su trono. Dispuso un trono para la
madre del rey, que tomó asiento a su derecha”. En el pueblo judío, la madre del
rey era la persona más importante e influyente en el reino. También era
considerada la defensora, la abogada del pueblo, la que “tenía el oído del rey”
y era su principal consejera. La llamaban Gabirah, que quiere decir “gran señora”.
Por eso decimos que María es la “Reina del
Universo”, título que ostenta por derecho propio, al ser la Madre del Rey, la
“Reina Madre”. De ahí que el Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium (59), declara que María “fue enaltecida
por Dios como Reina del universo para ser conformada más plenamente a su Hijo,
Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte”.
Desde allí, en el trono que su Hijo ha
dispuesto a su derecha, ella intercede por nosotros ante Él como nuestra
abogada. Es por ello que en esa hermosa oración de la Salve decimos: “Ea, pues, Señora Abogada
Nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. Por eso la veneramos como
María Reina, no solamente hoy, sino todos los días de nuestras vidas.
¡Santa María, ruega por nosotros!
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