"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO DOMINGO DEL T.O. (A) 16 - Agosto - 2020
“Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo
que deseas”.
Las lecturas para este vigésimo domingo del tiempo ordinario nos presentan un tema común. La universalidad de la salvación.
La primera lectura, tomada del profeta Isaías
(56,1.6-7), nos anuncia que en los tiempos mesiánicos, contrario a la
concepción judía, la salvación no alcanzará solamente al “pueblo elegido”, sino
a todos los que acepten Su mensaje: “A los extranjeros que se han dado al
Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, … los
traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, … porque mi casa
es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos”.
En la segunda lectura (Rm 11,13-15.29-32) san
Pablo le recuerda a los romanos que del mismo modo que ellos han recibido y
aceptado el mensaje de salvación, los judíos, quienes rechazaron y crucificaron
a Cristo, también tienen oportunidad de salvarse, pues “los dones y la llamada
de Dios son irrevocables”.
El Evangelio (Mt 15,21-28) nos presenta a Jesús
en territorio pagano. Allí se le acercó una mujer cananea que comenzó a
seguirlo pidiéndole a gritos: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi
hija tiene un demonio muy malo”. Como Jesús la ignoraba, los discípulos le
pidieron que la atendiera, a lo que Jesús replicó que había sido enviado “a la
ovejas descarriadas de Israel”.
En eso la mujer llegó hasta Él y se postró a
sus pies reiterando su súplica. La reacción de Jesús puede dejarnos
desconcertados si no la leemos en el contexto y cultura de la época: “No está
bien echar a los perros el pan de los hijos”. La mujer no se dejó disuadir por
el aparente desplante de Jesús: “Tienes razón, Señor; pero también los perros
se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Jesús se conmovió ante
aquél despliegue de fe (¿qué madre no pone en los pies de Jesús los problemas y
enfermedades de sus hijos?): “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que
deseas”.
Aquella mujer pagana creyó en Jesús y en su
Palabra, y creyó que Jesús podía curar a su hija. Por eso no se rindió y
continuó insistiendo (Cfr. Lc 11,13; 18,1-8). “Pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).
Otro detalle de este pasaje es que, con sus
palabras y su gesto, Jesús abrió las puertas a los paganos, apartándose así del
pensamiento judío de exclusividad como “pueblo elegido”. La figura del “pan de
los hijos” se refiere al mensaje de salvación que había sido dado primero al
pueblo de Israel. Las migajas que caen y se comen los “perros” se refieren a la
Buena Noticia de salvación que se comparte con los pueblos “paganos”.
Pablo, el apóstol de los gentiles lo expresa
con elocuencia: “Toda diferencia entre judío y no judío ha quedado superada,
pues uno mismo es el Señor de todos, y su generosidad se desborda con todos los
que le invocan” (Rm 10,12). “Todos vosotros, los que creéis en Cristo Jesús,
sois hijos de Dios. Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre
esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno” (Gál.
26,28).
Una Iglesia universal (católica), abierta a
todo el que crea en Jesús y su mensaje salvífico.
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