"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DÉCIMO NOVENA SEMANA DEL T.O. (2)
“Te sentiste segura de tu belleza y, amparada
en tu fama, fornicaste y te prostituiste con el primero que pasaba”.
La primera lectura de hoy, tomada del libro del
profeta Ezequiel (16,1-15.60.63), nos presenta nuevamente las relaciones entre
Dios y su pueblo, específicamente la ciudad de Jerusalén. Para hacerlo, el
profeta echa mano de la figura del amor esponsalicio.
Es un relato lleno de amor y ternura, y hasta
con cierto erotismo, que narra cómo Jerusalén había sido abandonada (el profeta
está haciendo referencia al origen de la ciudad y su posición desventajada en
la historia de Canaán y cómo a pesar de ello había sido ocupada por los
hebreos), y cómo Yahvé la recoge, la limpia, la nutre, la viste, la ve
desarrollarse en una hermosa doncella que le cautiva, al punto que se casa con
ella: “Creciste y te hiciste moza, llegaste a la sazón; tus senos se afirmaron,
y el vello te brotó, pero estabas desnuda y en cueros. Pasando de nuevo a tu
lado, te vi en la edad del amor; extendí sobre ti mi manto para cubrir tu
desnudez; te comprometí con juramento, hice alianza contigo –oráculo del Señor–
y fuiste mía”.
Pero después que el Señor hizo de Jerusalén la
“ciudad santa” (dice el profeta que le dio todo su amor, la alimentó, y la
atavió con las prendas y vestidos más finos convirtiéndola en la mujer más
hermosa): “Te sentiste segura de tu belleza y, amparada en tu fama, fornicaste
y te prostituiste con el primero que pasaba”.
Volvemos a ver la figura de la mujer adúltera
que le es infiel a su marido, para describir la idolatría en que había caído el
pueblo. No obstante, a pesar de la infidelidad, el marido se mantiene fiel y
está dispuesto a perdonar y recibir a su esposa de vuelta: “Pero yo me acordaré
de la alianza que hice contigo cuando eras moza y haré contigo una alianza
eterna, para que te acuerdes y te sonrojes y no vuelvas a abrir la boca de
vergüenza, cuando yo te perdone todo lo que hiciste”.
El profeta está también narrando la historia de
nuestras vidas y nuestra relación con Dios. A pesar de todos los cuidados que
ha tenido con nosotros, y del amor que nos ha prodigado, sucumbimos ante la
idolatría (el dinero, el orgullo, la fama, el sexo, los vicios…). Y de esa
manera aprendemos lo que es el amor incondicional de Dios, quien está siempre
presto a perdonarnos.
Es nuestra naturaleza humana; y de alguna
manera es también parte de esa pedagogía divina que a veces no comprendemos. El
que no haya conocido el pecado y el perdón de Dios, no puede dar testimonio de
su amor incondicional. No podemos llevar el mensaje de la capacidad infinita de
Dios para perdonarnos, si antes no hemos sido objeto de ese amoroso perdón de
parte de Dios. Solo así nuestras palabras de justicia y perdón tendrán
credibilidad.
Ese Padre amoroso está presto a perdonarnos; de
hecho, en su corazón ya nos ha perdonado, pero tenemos que acercarnos a Él para
recibir ese perdón. Y ese día habrá fiesta en la Casa del Padre, porque
habíamos muerto al pecado y habremos vuelto a la Vida que Él nos da (Cfr. Lc 15,24).
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