"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DÉCIMO SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (2)
En la primera lectura
de ayer (Jr 26,1-9) el profeta Jeremías denunciaba nuevamente la “mala
conducta” de pueblo, pero esta vez en el atrio de templo. Ya en el capítulo
anterior les había profetizado la invasión por parte del rey Nabucodonosor. Al
oír esto los sacerdotes y profetas se molestaron y lo declararon “reo de
muerte”; y el pueblo se unió a ellos.
En la lectura que nos presenta
la liturgia de hoy (Jr 26, 11-15.24), continuación de aquella, el profeta
Jeremías se defiende reiterando que habla en nombre de Yahvé, quien le ha
enviado a profetizar contra el templo y la ciudad de Jerusalén, advirtiéndoles
que si se arrepienten y enmiendan su conducta “el Señor se arrepentirá de la
amenaza que pronunció contra vosotros”. Dicho esto, se puso en manos de los
príncipes y el pueblo.
Solo la intervención de los
príncipes lo salva, pues estos reconocen que Jeremías ha hablado en nombre de
Dios: “Entonces Ajicán, hijo de Safán, se hizo cargo de Jeremías, para que no
lo entregaran al pueblo para matarlo”.
Resulta claro que el profeta
no había completado la misión que Yahvé le había encomendado. De hecho, luego
de que se cumpliera la profecía sobre la deportación a Babilonia, Jeremías
jugaría un papel importante en consolar a los deportados y mantener viva la fe
del pueblo con las promesas de restauración.
Algo parecido sucede en el
evangelio de hoy (Mt 14,1-12), en el que el rey Herodes no se atreve hacer daño
a Jesús reconociendo que hay algo sobrenatural en Él (en su ignorancia piensa
que es el “espíritu de Juan Bautista”). Recordemos que Juan había merecido la
pena de muerte por haber denunciado, como buen profeta, la vida licenciosa que
vivían los de su tiempo, ejemplificada en el adulterio del Rey Herodes Antipas
con Herodías, la esposa de su hermano Herodes Filipo. Al denunciar la opresión
de los pobres y marginados, y los pecados de las clases dominantes, Jesús se
ganaría el odio de los líderes políticos y religiosos de su tiempo, quienes
terminarían asesinándolo.
De todos modos, al igual que
Jeremías, Jesús tampoco había completado su misión, y el Padre lo protege.
En ocasiones anteriores hemos
dicho que Dios tiene una misión para cada uno de nosotros; y si nos mantenemos
fiel a su Palabra y a nuestra misión, Él nos va a dar la fortaleza para cumplir
nuestra encomienda, no importa los obstáculos que tengamos que enfrentar.
El verdadero discípulo de
Jesús tiene que estar dispuesto a enfrentar el rechazo, la burla, el desprecio,
la difamación, a “cargar su cruz”. Porque si bien el mensaje de Jesús está
centrado en el amor, tiene unas exigencias de conducta, sobre todo de
renuncias, que resultan inaceptables para muchos. Como decíamos ayer, quieren
el beneficio de las promesas sin las obligaciones.
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