"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO OCTAVO DOMINGO DEL T.O. (A)
“Mandó a la gente que se recostara en la hierba
y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo…”
Las lecturas de hoy nos hablan de la
generosidad de Dios para con su pueblo; de cómo su Palabra nos alimenta con su
Amor, que nos sacia y nos da las fuerzas para enfrentar las adversidades que
indefectiblemente acompañan al seguimiento (Cfr. Sir 2,1).
En la primera lectura (Is 55,1-3) Dios nos
dice: “Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos.
Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis”. Esos “platos
sustanciosos” nos refieren al Amor incondicional de Dios.
En la segunda lectura (Rm 8,35.37-39) san Pablo
nos dice que “ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni
futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá
apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”.
La lectura evangélica (Mt 14,13-21) nos
presenta el pasaje de la “primera multiplicación de los panes”. Un milagro
producto de la gratuidad del Amor. Al enterarse Jesús de la muerte de Juan el
Bautista, se retiró a un lugar tranquilo y apartado, como solía hacer cuando
quería hablar con el Padre (orar).
Esa multitud anónima que le seguía se enteró y
acudieron a Él. Nos dice la Escritura que al ver el gentío, a Jesús “le dio
lástima”. La versión de Marcos nos dice que Jesús sintió lástima de la multitud
porque andaban “como ovejas sin pastor” (Mc 6,34) y se sentó a enseñarles
muchas cosas. Mateo nos añade que curó a los enfermos; el prototipo del Buen
Pastor que cuida de sus ovejas (Cfr.
Jn 10).
Al caer la tarde los discípulos le sugirieron a
Jesús que despidiera a la gente para que cada cual resolviera sus necesidades
de alimento. La reacción de Jesús no se hizo esperar: “Dadles vosotros de
comer”.
Mandó que le trajeran los cinco panes y dos
peces que tenían e hizo que la gente se sentara en la yerba. Entonces, tomando
los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la
bendición, partió los panes, se los dio a los discípulos, y estos se los dieron
a la gente.
Como siempre, Jesús, con sus gestos, nos está
mostrando el camino a seguir. No se limitó a compadecerse, sentir lástima. Pasó
de compadecerse a compartir. Compartió todo lo que tenía: su Palabra, su
Persona, y su Pan. Y en ese compartir todo se multiplicó. Ese milagro lo vemos
a diario en los que practican la verdadera caridad; no dar lo que sobra, sino
lo que tenemos; mucho o poco.
Vemos también en esta perícopa evangélica una
prefiguración de la celebración Eucarística, en la cual nos alimentamos primero
con la Palabra de Dios para luego participar del Banquete Eucarístico. Es lo
que la Iglesia, sucesora de los apóstoles sigue haciendo hoy. Y todo producto
del Amor de Dios, que quiso permanecer con nosotros bajo las especies
eucarísticas.
La Eucaristía, el verdadero pan, el único capaz
de saciar nuestra hambre de Dios, el que nos alimenta para la vida eterna. “Sus
padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que
desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera” (Jn 6,49-50).
Que pasen un bendecido domingo y una hermosa
semana.
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