"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Isabel Orellana Vilches
“JUSTICIA” EN REDES SOCIALES.
EQUÍVOCA ELECCIÓN
En incontables ocasiones las redes sociales,
como tribunal implacable, se asoman a la ventana de cualquier vida para
masacrarla y, tal vez, al menos una porción de nuestro rostro lo haga también.
Si fuese este el caso hemos de saber que tenemos mucho en común con los
acusadores de la adúltera del Evangelio ante la cual hubieron de reconocer el
foso de malicia que anidaba en sus corazones. «El que esté libre de pecado que
tire la primera piedra» (Jn 8, 7) los dejó repentinamente enmudecidos.
No ha existido nadie en el mundo que sea
absolutamente inocente, excepto el Hijo de Dios. Someter a nuestros congéneres
a público juicio revestido de brea, cuya mancha puede que nunca se logre
borrar, es un gravísimo atropello que se efectúa impunemente en medio de la
algarabía y la ignorancia de una muchedumbre pendenciera, inmisericorde y en
exceso desocupada, que ha olvidado su frágil condición. Y es que aunque uno se
arrogue estar en posesión de la verdad, si se le ocurre festejar la candidez
que presupone en sí mismo lanzándola a los cuatro vientos, mientras ataca la
conducta ajena ya ha supuesto demasiado sobre su persona porque el hecho mismo
de censurar a otros pone al descubierto su estofa. Además, cualquiera puede
convertirse en ídolo caído por alguna tendencia, flaqueza, desliz… llamémosle
como queramos, y a menos que haya humildad y verdaderos deseos de cambio, no le
gustará admitir sus debilidades, y menos aún que otros las aireen.
Cuánta razón tenía san Agustín al decir: «Todo
el que no quiere ver sus pecados, se los echa a la espalda, y los pecados
ajenos los pone muy a la vista; no por diligencia, sino por envidia; no para
remediarlos, sino para acusarlos; pero de sí mismo se olvida». De nuevo la
máxima universal: «trata a los demás como querrías que te trataran a ti» o lo
que es lo mismo «no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti»,
debería ser el ejercicio cotidiano de cada uno de los seres humanos. De toda
palabra ociosa (podríamos decir: de todo comentario o acusación malsana en las
redes y, naturalmente fuera de ellas) seremos juzgados, nos enseña el
Evangelio. Nunca se había tenido a la mano la facultad de hundir una vida como
ahora; basta un simple «tweet». Siempre que así se actúa, se arrastra a otros
al fango. Y al «derribado» le acompaña el dolor y angustia de sus seres
queridos, emociones que sus malévolos detractores han sembrado.
No entremos en esas ciénagas. Los juicios
reprobatorios han merecido la sanción de Cristo que nos acompañará más allá de
este mundo: «No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados. Porque con el
mismo juicio que juzgareis habéis de ser juzgados, y con la misma medida que
midiereis, seréis medidos vosotros» (Lc 6, 37-38). Es más, ni Cristo mismo
juzga. Así pues, no olvidemos que ninguno hemos sido comisionados para dar
ciertas lecciones a nadie.
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