"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DÉCIMO SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (2) 31 - Julio - 2020
“Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un
profeta”.
“‘Sólo en su tierra y en su casa desprecian a
un profeta’. Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe”. Con estas
palabras termina el pasaje evangélico que contemplamos en la liturgia de hoy
(Mt 13,54-58).
Esas palabras fueron pronunciadas por Jesús
luego de que los suyos lo increparan por sentirse “escandalizados” ante sus
palabras. Sí, esos mismos que unos minutos antes se sentían “admirados” ante la
sabiduría de sus palabras. ¿Qué pudo haber causado ese cambio de actitud tan
dramático?
A muchos de nosotros nos pasa lo mismo cuando
escuchamos el mensaje de Jesús. Asistimos a un retiro o una predicación y se
nos hincha el corazón. Nos conmueven las palabras; sentimos “algo” que no
podemos expresar de otro modo que no sea con lágrimas de emoción. ¡Qué bonito
se siente! Estamos enamorados de Jesús…
Hasta que nos percatamos que esa relación tan
hermosa conlleva negaciones, responsabilidades, sacrificios: “Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Lc 9, 23). Lo
mismo suele ocurrir en otras relaciones como, por ejemplo, el matrimonio. Luego
de ese “enamoramiento” inicial en el que todo luce color de rosa, surgen todos
los eventos que no estaban en el libreto cuando dijimos: “en la prosperidad y
en la adversidad, en la salud y en la enfermedad…”, junto a otras obligaciones.
El libro del Apocalipsis lo describe así: “Pero tengo contra ti que has perdido
tu amor de antes. Date cuenta pues, de dónde has caído,…” (Ap 2,4-5).
No hay duda; el mensaje de Jesús es impactante,
nos sentimos “admirados” como se sintieron sus compueblanos de Nazaret. Pero
cuando profundizamos en las exigencias de su Palabra, al igual que aquellos,
nos “escandalizamos”. Queremos las promesas sin las obligaciones. Por eso “los
suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Es la naturaleza humana.
Ese es el mayor obstáculo que enfrentamos a
diario los que proclamamos el mensaje de Jesús entre “los nuestros”; cuando
llega la hora de la verdad, la hora de “negarnos a nosotros mismos”, muchos nos
miran con desdén y comienzan a menospreciarnos, y hasta intentan
ridiculizarnos. Esos son los que no tiene fe: “Y no hizo allí muchos milagros,
porque les faltaba fe”.
En el caso del profeta Jeremías, al igual que a
Jesús, le costó la vida, siendo eventualmente torturado y asesinado por
aquellos a quienes quería ayudar. La primera lectura de hoy (Jr 26,1-9) nos
presenta el pasaje en que se le declara “reo de muerte” por el mero hecho de
anunciar la Palabra de Dios y denunciar los pecados del pueblo (la misión
profética): “Y cuando terminó Jeremías de decir cuanto el Señor le había
mandado decir al pueblo, lo agarraron los sacerdotes y los profetas y el
pueblo, diciendo: ‘Eres reo de muerte’”.
Hoy, pidamos al Señor que nos fortalezca el don
de la fe para que podamos interiorizar su Palabra y ser sus testigos (Cfr. Hc 1,8).
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