"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DÉCIMO SEXTA SEMANA DEL T.O. (2)
“Vosotros oíd lo que significa la parábola del
sembrador”…
En la primera lectura de hoy (Jr 3,14-17) el
profeta Jeremías retoma la figura del pastor y, en el contexto histórico del
exilio a Babilonia, anuncia el retorno de los deportados, que acudirán en
respuesta al llamado de Yahvé: “Volved, hijos apóstatas –oráculo del Señor–,
que yo soy vuestro dueño; cogeré a uno de cada ciudad, a dos de cada tribu, y
os traeré a Sión; os daré pastores a mi gusto que os apacienten con saber y acierto”…
En ese ambiente de “retorno”, de reunión del
pueblo en Sión (haciendo alusión al Monte Sión, en la ciudad de Jerusalén), con
el Templo de Salomón en ruinas y el arca de la alianza quemada por los
babilonios, Jeremías en cierto modo prefigura la enseñanza de Jesús a los
efectos de que la presencia de Dios no depende lugares específicos ni de
objetos materiales; Dios habita en el corazón del pueblo y en cada uno de
nosotros: “Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente
en medio de ellos” (Mt 18,20). Por eso el profeta dice que “ya no se nombrará
el arca de la alianza del Señor, no se recordará ni mencionará, no se echará de
menos ni se hará otra. En aquel tiempo, llamarán a Jerusalén «Trono del
Señor»”.
El arca representaba la antigua Alianza, una
religión con un culto ritualista, que giraba en torno al Templo, y dentro del
Templo, al Arca de la Alianza, donde habitaba Yahvé. Este culto habría de dar
paso a otro centrado en el misterio pascual de Jesús, el culto en espíritu y verdad,
que tiene como culmen la Eucaristía, la persona de Cristo. Jesucristo pasaría a
ser el nuevo “Templo” (Cfr.
Jn 2,19-21).
Pero Jeremías va más allá; profetiza la
“catolicidad” (universalidad) de la Iglesia: “acudirán a ella todos los
paganos, porque Jerusalén llevará el nombre del Señor, y ya no seguirán la
maldad de su corazón obstinado”. Ya no se tratará solo del “pueblo elegido”,
sino que acudirán a la nueva Jerusalén todos los pueblos. Esto nos evoca la
visión de Juan en el Apocalipsis: “Entonces vi una enorme muchedumbre,
imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos
y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con
túnicas blancas; llevaban palmas en la mano…” (Ap 7,9).
La lectura evangélica de hoy (Mt 13,18-23) es
la explicación que Jesús da a sus discípulos de la parábola del sembrador. Es
como si Jesús hiciera una “homilía” sobre su Palabra para beneficio de sus
discípulos.
Pero nos llama la atención un detalle que Jesús
no explica en ese momento, y suscita una pregunta: ¿Por qué el “sembrador”
(Dios) “desperdicia” la semilla regándola en toda clase de terreno, y hasta
fuera del terreno (a la orilla del camino)? ¿No sería más lógico que sembrara
en el terreno bueno, como lo haría un buen sembrador? La contestación es
sencilla: Él quiere que todos nos salvemos (Cfr. 1 Tm 2,4; 2 Pe 3,9), por eso
hace llover (siembra) su Palabra (semilla) sobre malos y buenos (tierra mala y
buena) – (Cfr. Mt 5,45). El ser tierra mala o buena depende de nosotros.
Eso es lo hermoso de Jesús; Él no te juzga, tan
solo te brinda su amor incondicional. ¿Lo aceptas?
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