De la mano de maría
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DÉCIMO QUINTA SEMANA DEL T.O. (2)
“…el pábilo vacilante no lo
apagará”.
El evangelio de hoy (Mt 12, 14-21) es secuela
del que leíamos ayer sobre las espigas arrancadas en sábado por los discípulos
de Jesús. Recordaremos que al final del pasaje Jesús se había proclamado “Señor
del sábado” ante la rabia de los fariseos. Pero lo que colmó la copa fue que de
allí se fue a la sinagoga y curó a un hombre que tenía la mano paralizada. Es
decir “violó” el sábado haciendo una curación, y ¡en plena sinagoga! (12,9-13).
A pesar de las explicaciones de Jesús a los efectos de que es lícito hacer el
bien a un ser humano incluso en sábado, los fariseos comienzan a tramar la
forma de eliminarle (“los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús”). Ya
la suerte que correría Jesús estaba decidida. Por eso Jesús se marcha
inmediatamente y continúa curando enfermos y expulsando demonios, pidiendo a
todos que no revelaran su paradero (“mandándoles que no lo descubrieran”).
Aunque Marcos narra también el episodio de la
partida de Jesús de forma bien abreviada (Mc 1,35-39), Mateo lo narra con mayor
detalle, enfatizando las curaciones en sábado, y citando al profeta Isaías (Is
42,1-4). Recordemos que Mateo escribe su evangelio para los judíos de Palestina
convertidos al cristianismo, con el propósito de probar que Jesús es el Mesías
esperado, ya que el Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento.
De ahí que preceda la cita de Isaías con la frase “así se cumplió lo que dijo
el profeta”, frase que Mateo repite en numerosas ocasiones a lo largo de su
relato evangélico. Marcos, por su parte, escribió para los paganos de la región
itálica, quienes no conocían el Antiguo Testamento; por eso no lo cita.
“Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi
predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las
naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada
no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará”, nos dice la profecía de
Isaías citada por Mateo. De esta manera el evangelista justifica la “huida” de
Jesús. Nos está diciendo que Jesús no se escondió por miedo ni cobardía, ni por
sentirse fracasado. En la huida de Jesús vemos el cumplimiento de la profecía. El
Mesías vino a implantar el derecho y la justicia, pero no con espadas ni con
ejércitos, sino desde la debilidad. La “revolución” que Jesús vino a traer es
una que se da en el interior de las personas, no en las instituciones de su
época. Por eso a Dios le encanta usar a los débiles (Cfr. 2 Cor 12,9;
13,4); así manifiesta su gloria para que todos crean.
Todos tenemos nuestras debilidades y defectos.
Aun así Dios nos está llamando a servirle. No miremos nuestra pequeñez, nuestra
debilidad; miremos su Poder. Una vez más te invito a decir con María: “Hágase
en mí según tu Palabra”.
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