"Ventana abierta"
De la
mano de María
Héctor L.
Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN
PARA EL DUODÉCIMO DOMINGO DEL T.O. (2)
“Por eso, no tengáis miedo … Si uno se pone de
mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del
cielo”.
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia para este duodécimo domingo del tiempo ordinario (Mt 10, 26-33), está
enmarcada en el llamado “discurso apostólico” de Jesús comprendido en el
capítulo 10 de Mateo. Cabe señalar que en su relato, Mateo agrupa o reordena
las palabras de Jesús en cinco grandes discursos, en un esfuerzo por presentar
a Jesús como el “nuevo Moisés”, a quien para entonces se le atribuía la autoría
de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento (el Pentateuco).
Es en este discurso, que comprende también el
Evangelio que vamos a leer el próximo domingo, que Jesús imparte las
“instrucciones” a los Doce cuando los envía en esa primera misión destinada a
los suyos (10,5), es decir, al pueblo judío, que con su fundamentalismo
religioso ya mostraba rechazo a su mensaje. Por eso les instruye en tres
ocasiones (vv. 20,28,31) a “no tener miedo”, a ser valientes; que si se
mantienen firmes en su misión Él estará de su parte.
Así se los afirma al final del pasaje cuando
dice: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su
parte ante mi Padre del cielo”.
Esa llamada a no tener miedo no se da en el
vacío. Poco antes, en el mismo discurso les había advertido que los enviaba
“como ovejas entre lobos” (10,16). Es lógico que se sintieran, al menos,
aprehensivos.
Esa ha sido una constante en la misión
profética, es decir, la de aquellos (todos nosotros) que somos llamados a
proclamar la Palabra, el mensaje de Dios. Por eso junto con la misión está
siempre la promesa, como lo leemos también en la primera lectura (Jr 20,10-13):
“Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no
podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se
olvidará. Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del
corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi
causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos
de los impíos”.
Esa confianza en el Padre debe ser motivo
suficiente para que no tengamos miedo de dar testimonio de Cristo; que no
importa lo que tengamos que enfrentar lo haremos con alegría, porque a ese
reconocimiento o confesión pública que hagamos de Cristo corresponderá un
reconocimiento que Cristo hará de nosotros ante el Padre. Así, la salvación o
condenación de cada hombre depende de la palabra de reconocimiento o negación
que Cristo pronuncia sobre él ante el Padre.
“Señor Dios, Padre nuestro: Hemos
experimentado mucha gracia y amor, y perdón misericordioso proveniente de ti, y
tu Hijo Jesús nos ha traído un inolvidable mensaje de alegría. No permitas
que jamás lo olvidemos, y haznos tan atrevidos como para compartir con
otros lo que de ti hemos recibido como don gratuito. Que nuestra misma
vida dé testimonio de que Jesús camina a nuestro lado y de que nunca
deberíamos tener miedo de proclamar con nuestra misma vida nuestra
esperanza y nuestra fe confiada en ti” (Oración colecta).
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