"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
A LOS ABUELOS
Isabel Orellana Vilches
Se fueron de este mundo en silencio, en una terrible
soledad que a muchos envolvía antes de que el coronavirus hiciese acto de
presencia. Su partida, anudada en las redes del dolor comunitario, no contó
siquiera con el llanto agradecido de quienes más cerca tuvieron en vida. Quizá
el lamento de los que no supieron valorarlos a tiempo les acompañó en un
imaginario cortejo que estuvo vacío de confesiones y súplicas de perdón, manos
desnudas de ese último aliento que se desvaneció sin recibir consuelo… Para
muchos solo una simple estadística manejada a conveniencia, y la ausencia del
nombre en un obituario; seres que pasaron al otro mundo con el único derecho
del luto que los suyos le concedieron.
Son nuestros mayores, los que vimos disfrutar del sol y
de los niños, los que se distraían ante el paso de los viandantes sepultados
por el ruido de la urbe, temerosos de constituir una carga para los suyos, sin
atreverse a veces a respirar para no molestar a sus allegados expresando
determinadas emociones que fueron sofocadas en su intimidad, bien amados o
considerados casi un estorbo, que de todo hay… Esos a quienes la vida pudo no
serles amable, o aquellos que vieron caer las hojas del calendario con la idea
de que ya poco o nada podían hacer, los que mostraban en su rostro las fatigas
padecidas, y en el fondo de sus ojos perduraba ese brillo de una inocencia que
tal vez nunca perdieron… Tan quedos en su vivir que no llamaron la atención y
quizá por ello tampoco suscitaron ternura. Lo contrario de lo que sucede con
los niños.
Vidas llenas, y vidas rotas… entrañables biografías que
marcaron el rumbo de la historia que llevaba trazada su nombre y apellidos,
enciclopedias vivas para los suyos, personalidades de su tiempo o anónimos
ciudadanos, con sus sueños y esperanzas, sus aciertos y sus errores, mirando a
un horizonte que cada vez se les antojaba más corto… Bancos vacíos de las
calles que hoy claman su presencia, sin saber que un cielo los aguardaba con
los brazos abiertos y se los llevó consigo en esta primavera aciaga…
El fantasma de un despropósito con resultados funestos,
que hizo de muchos de ellos carne de cañón en medio de esta pandemia al
negarles la asistencia que requirieron condenándolos a muerte, acompañará al
menos a esta generación. O debería hacerlo porque como decía el filósofo
Abraham Joshua Heschel: “La prueba de un pueblo es su comportamiento hacia el
viejo. Es fácil amar a los niños. Pero el cariño y el cuidado hacia los
ancianos, los incurables, los desamparados son las minas de oro verdaderos de
una cultura”.
Aún estamos a tiempo de conceder a los que han
sobrevivido la estima que se han ganado a pulso tanto como los que se fueron
que ya descansan en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario