"Ventana abierta"
El mejor regalo
Corrió la voz por
todo Belén de tan augusto nacimiento. Toda la ciudad se pasó a visitar a Jesús,
María y José.
Entre
los que fueron a rendirles homenaje y llevarles algún regalo o agasajo, se
encontraba una familia bien considerada y de ganado prestigio en la región,
pues de siempre había poseídos recursos por las explotaciones cultivos de
árboles frutales y, todos sus miembros eran cultos, sabían leer Torá y recitar
los salmos.
Cuando llegaron todos ellos a la gruta de Belén en que se encontraba
María con el recién nacido en sus brazos, se colocaron en fila y se fueron
acercando a María para, ufanos, rendir homenaje al niño.
Así, uno de ellos, recitó unos bellos versos que había compuesto, otro
oró con los salmos que se sabía de memoria, otros le ofrecieron las
iluminaciones que había realizado sobre las Escrituras, dos chicas regalaron
unas prendas de lana que ellas mimas artísticamente habían tejido… Todos los
miembros de la familia fueron homenajeando al niño y a la Virgen con lo más
propio y mejor que cada uno tenía.
En el último lugar de la fila apareció el miembro de la familia menos
dotado, que no destacaba por ninguna habilidad, y que pasaba la mayor parte del
tiempo trabajando en el campo, entre los frutales. Se quedó allí parado, un
poco avergonzado, sin saber qué hacer ni decir nada. Los hermanos le miraban
con desaprobación. Entonces, san José le indicó que se acercara. Humildemente
tan sólo hizo una reverencia ante el Niño. Él también sentía en su corazón una
inmensa necesidad de dar algo de sí. Sacó unas naranjas que portaba en su
mochila y, antes de dárselas a María, las lanzó al aire, haciendo malabarismos
con ellas.
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