"Ventana abierta"
“La
semilla más pequeña”
Padre Lucas Prados
Eran los tiempos de
nuestro Señor Jesucristo. Un labrador sudoroso, tomó un puñado de semillas y
las arrojó a los surcos de su campo. Los granos de trigo ocuparon sus lugares,
conscientes de su importancia para los hombres. Pero entre ellos se había infiltrado
un diminuto grano oscuro.
—¡Quítate de aquí, enano!— le gritó una semilla de trigo sobre la que
había caído el grano negro.
Y una carcajada recorrió los campos que con el tiempo se convertirían en
verdes trigales. Se burlaron de su pequeñez las amapolas y las hierbas que
comenzaron a crecer junto a los granos de trigo. Y hasta se cruzaron apuestas
sobre la altura que alcanzaría tan pequeña semilla… ¡tan pequeña era! Y un
rastrojo de la anterior siembra juró que nunca había visto nada más pequeño y
que no serviría para nada; es más, estropearía la belleza de los trigales.
La pobre semilla negra no se amilanó por las burlas. Había nacido para dar
fruto, para transformarse y convertirse en algo valioso: no sabía en qué y para
quién; pero debía cumplir su cometido. Y como para empezar no necesitaba
demasiado espacio, se acurrucó en un pedacito de tierra. Pronto echó raíces.
Aquel era un buen suelo, bien nutrido y húmedo.
El invierno fue duro. Su tallo, tierno, poco a poco, con mucho esfuerzo,
se abrió camino hacia el cielo. Pasada la primavera, llegó el caluroso verano y
la que había sido considerada una semilla inútil sobresalía en el trigal. Las
espigas observaban calladas su crecimiento asombroso, no atreviéndose a hacer
predicciones sobre un fenómeno que desbordaba todas sus expectativas.
Un día pasó Jesús por allí. Iba acompañado de sus apóstoles y seguidores.
Les hablaba del Reino de los Cielos al que estaban destinados los hombres y que
debía comenzar ya en la tierra. Y utilizaba imágenes tomadas del campo para que
sus oyentes comprendieran mejor su enseñanza.
En esto que se detuvo y paseó la mirada por los campos ya dorados. La
naturaleza calló. Enmudeció el viento entre las espigas que detuvieron su
rítmico cabeceo. Cesaron los gorriones sus gorjeos, pendientes de lo que dijera
el Maestro. Jesús llamó la atención de sus apóstoles sobre una planta que
sobresalía entre las demás en medio del trigal.
—Mirad el grano de mostaza —dijo. Es la semilla más peña, pero cuando
crece se convierte en la más alta de las plantas; se transforma en árbol
frondoso y hasta los pájaros anidan en sus ramas.
Al oír tales alabanzas del Señor, todos aquellos que se habían reído de la
pequeña semilla ahora callaron avergonzados…
Las almas grandes siempre son humildes y modestas. Llega un momento en el
que sobresalen sobre las demás, pero nunca se reirán porque las demás sean más
pequeñas; todo lo contrario, siempre las tendrán en gran estima. Las almas
grandes saben muy bien del valor de las cosas pequeñas; y aunque ellas sean
grandes, para ellas, todas las almas son importantes y únicas.
¡Qué lección tan bella e importante nos da el Señor! ¡Aprendámosla!
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