"Ventana abierta"
Jesús Moreno
Presbítero de la Diócesis de Tarazona. Profesor
en el CRETA de 1985 a 2004. Desde el año 2005 hasta 2016 párroco de Santa
Mónica y profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Católica ‘San
Pablo’, en Cochabamba (Bolivia).
¿Yo
culpable? ¿De qué?
Jesús
Moreno 12 – Junio – 2019. Iglesia en Aragón
“Yo soy
un defensor de la culpa, y esto puede sonar raro”.
Sí, creo que tiene razón el filósofo Joan
Carles Melich en esta afirmación en Religión Digital, 20 enero 2019.
Suena rara la afirmación. Porque parece extendida la idea, interiorizada ya en
muchos, de que nadie tiene la culpa de nada. O de que los culpables siempre son
los otros.
“Estamos viviendo un tiempo de carencia de
culpa”. Afirma nuestro filósofo. Querer eliminar la culpa de la vida humana es
olvidar que somos las personas una realidad limitada, no perfecta.
Probablemente todos conozcamos a personas que no sienten un manifiestan el más
mínimo sentimiento de culpa hagan lo que hagan y actúen como actúen. Esto en
psicopatología ya tiene un nombre: “comportamiento perverso”. Nombre, sin duda,
fuerte, provocativo. Y es que no aceptar nuestra realidad limitada es
pervertirla, desviarla de lo que es.
Por el contrario, aceptar la culpa es reconocer
que nadie hacemos las cosas bien del todo y siempre. Reconocer la culpa es
aceptar lo que somos: seres imperfectos, finitos. Esto nos honra y nos pone en
camino de superación, de querer humildemente mejorar y avanzar en la
construcción de nuestro yo, de nuestra propia realidad.
Reconocer lo que he hecho mal es reconocerme
culpable. Así de sencillo. Es aceptar mi responsabilidad en el uso de mi
libertad, en la relación con los demás, con la naturaleza, cuando mis obras,
mis palabras o mis actitudes no hacen bien ni a mí ni a lo que me rodea. Eso es
sano.
Lo que no es sano es el complejo de culpa, un
sentimiento de culpa arraigado dentro, que constantemente nos echa en cara lo
que hemos hecho mal y del que no logramos liberarnos, superarlo. El sentimiento
de que todo lo hago mal. Ese sentimiento que no nos deja vivir en paz con
nosotros mismos. Que puede llevarnos incluso a ver mal en lo bonito, alegre y
divertido de la vida. en todo lo que hacemos. Esto no es sano. Porque,
sigue reflexionando nuestro filósofo, “un exceso de culpa, mata. Puede ser
enfermizo”. Y esta puede ser una de las razones por las que la culpa sana
está despreciada, borrada en personas y en ambientes determinados. Y es que el
exceso de culpa, el sentimiento de culpabilidad enfermiza impide construir
nuestra realidad.
La culpa aceptada serenamente, sinceramente reconocida, es necesaria para algo tan importante como el perdón. El perdón que, por eso mismo, pierde importancia en las relaciones humanas. Porque perdonar y pedir perdón supone aceptar que algo no va bien en mi vida. Cuando no hay culpa, tampoco hay lugar para el perdón. La culpa y el perdón son borrados al mismo tiempo. O son tachados, los dos a la vez, de degradantes para el ser humano, que es independiente de todo y de todos, que es soberano y nada lo puede limitar.
Lo duro para este modo de
pensar es reconocer ambas cosas: la culpa y el perdón, como partes integrantes
de nuestra realidad humana. La culpa porque somos limitados. El perdón porque
sana nuestra culpa, devuelve la amistad, nos reconcilia con nosotros mismos y
con los demás. Porque “la culpa
siempre es del otro. Nadie pide perdón. ¿Has visto a algún político pedir
perdón?” (J.C. Mélich).
Los cristianos afirmamos que
creemos en el perdón de los pecados. Pecado, otra palabra-concepto en desuso,
es la culpa de la que venimos hablando. No afirmamos que creemos en la culpa,
en el pecado. Eso está ahí mismo, a pie de calle. Creemos en el perdón de los
pecados. Y aceptamos que nuestra misión es perdonar, perdonarnos. Por eso, la
fe cristiana no debe crear ni alimentar sentimientos enfermizos y complejos de
culpa, sino la alegría de que nuestras culpas ¿inevitables? siempre son
perdonadas. Siempre podemos recomenzar con nuevas energías.
¿Culpable, yo? Sí. Pero
culpable perdonado y con vocación de perdonar. Sanamente. Constructivamente.
Luís González-Carvajal. EL
CREDO EXPLICADO A LOS CRISTIANOS UN POCO ESCEPTICOS. Sal Terrae 2019, 131.
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