"Ventana abierta"
ACTUALIZACIÓN 18
de junio de 2019
El milagro
eucarístico con el que se instituyó la Solemnidad del Corpus Christi
Milagro Eucarístico de Bolsena / Crédito de
imagen - Wikipedia (Dominio público)
La Catedral de Orvieto en Italia custodia uno
de los milagros eucarísticos más importantes en la historia de la Iglesia y que
motivó que el Papa Urbano IV instituyera la Solemnidad del Corpus Christi.
A mediados del siglo XIII, el P. Pedro de Praga
dudaba de la presencia de Cristo en la Eucaristía y realizó una peregrinación a
Roma para rogar sobre la tumba de San Pedro una gracia de fe.
A su regreso, mientras celebraba la Santa Misa
en Bolsena, en la cripta de Santa Cristina, la Sagrada Hostia sangró y manchó
el corporal con la preciosísima sangre.
La noticia llegó rápidamente al Papa Urbano IV, que se encontraba muy cerca en Orvieto, y pidió que le trajeran el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión y se dice que el Pontífice, al ver el milagro, se arrodilló frente al corporal y luego se lo mostró a la población.
La noticia llegó rápidamente al Papa Urbano IV, que se encontraba muy cerca en Orvieto, y pidió que le trajeran el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión y se dice que el Pontífice, al ver el milagro, se arrodilló frente al corporal y luego se lo mostró a la población.
Más adelante, el
Santo Padre publicó la bula “Transiturus”, con la que ordenó que se celebrara
la Solemnidad del Corpus Christi en toda la Iglesia el jueves después del
domingo de la Santísima Trinidad.
Asimismo, el Papa
Urbano IV encomendó a Santo Tomás de Aquino la preparación de un oficio
litúrgico para la fiesta y la composición de himnos, que se entonan hasta el
día de hoy como el Tantum Ergo, Lauda Sion.
La santa reliquia se
conserva en la Catedral de Orvieto y se puede apreciar en una capilla edificada
en honor a este milagro Eucarístico. El corporal sale en procesión cada año
durante la Solemnidad del Corpus Christi y preside las celebraciones
Eucarísticas en la Catedral.
San Juan Pablo II,
durante su visita a la Catedral de Orvieto en 1990, señaló que “Jesús se ha
convertido en nuestro alimento espiritual para proclamar la soberana dignidad
del hombre, para reivindicar sus derechos y sus justas exigencias, para
transmitirle el secreto de la victoria definitiva sobre el mal y la comunión
eterna con Dios”.
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