"Ventana abierta"
‘Ven Espíritu Santo’
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla por la Solemnidad de Pentecostés
Queridos hermanos y hermanas:
Con la fiesta de Pentecostés culmina el tiempo pascual. Nos lo recuerdan algunos signos de la liturgia. A partir de mañana, el color blanco de Pascua se cambia por el verde del Tiempo Ordinario y el cirio pascual se coloca en el baptisterio. De ordinario no se encenderá más que para la celebración del bautismo y de las exequias. Pero entenderíamos mal el significado de este día si sólo lo consideráramos como la conclusión de un tiempo litúrgico. Pentecostés es mucho más. Es un acontecimiento permanente para cada uno de nosotros, aunque el hecho espectacular que hizo temblar al cenáculo suceda hoy sin el viento huracanado y sin lenguas de fuego. Es, sin embargo, el mismo Espíritu, del que habla Joel en la primera lectura de la vigilia de esta solemnidad, el que Dios había prometido para los últimos tiempos, para hacernos profetas, visionarios soñadores y testigos del Señor Resucitado.
Con la fiesta de Pentecostés culmina el tiempo pascual. Nos lo recuerdan algunos signos de la liturgia. A partir de mañana, el color blanco de Pascua se cambia por el verde del Tiempo Ordinario y el cirio pascual se coloca en el baptisterio. De ordinario no se encenderá más que para la celebración del bautismo y de las exequias. Pero entenderíamos mal el significado de este día si sólo lo consideráramos como la conclusión de un tiempo litúrgico. Pentecostés es mucho más. Es un acontecimiento permanente para cada uno de nosotros, aunque el hecho espectacular que hizo temblar al cenáculo suceda hoy sin el viento huracanado y sin lenguas de fuego. Es, sin embargo, el mismo Espíritu, del que habla Joel en la primera lectura de la vigilia de esta solemnidad, el que Dios había prometido para los últimos tiempos, para hacernos profetas, visionarios soñadores y testigos del Señor Resucitado.
Jesús había anunciado el envío del Espíritu para iluminar las mentes de
los discípulos: “Cuando venga el Espíritu Santo, el Consolador que el Padre os
enviará en mi nombre, os enseñará todo y os hará penetrar en las cosas que os
he dicho” (Jn 14. 26). Era una promesa necesaria. Los apóstoles no acababan de
comprender la divinidad de Jesús y la naturaleza de su reino. En los compases
finales de su vida pública, todavía le piden que diga claramente si es el
Mesías (Jn 10,24), e incluso el mismo día de la Ascensión le preguntan: “Señor ¿es ahora cuando vas a
restaurar el reino de Israel?” (Hch 1,6).
Para transformar sus mentes era, pues, necesario que descendiera sobre
ellos el Espíritu. Lo hizo con una conmoción espectacular de la naturaleza,
comparable a la que pudo haber tenido lugar en el momento de la creación o de
la muerte de Jesús, para que los Apóstoles comprendieran que estaban ante una
segunda creación y que las promesas del Señor se habían cumplido. Por ello,
sólo después de recibir el Espíritu Santo, Pedro se atrevió a proclamar: “Entérese bien todo Israel de que Dios ha constituido
Señor y Mesías al mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis” (Hch 2,36). El Espíritu de la Verdad les aclara
quién era Jesús y cuál era el carácter del reino predicado e instaurado por Él.
Ese reino es la Iglesia, el pueblo nuevo nacido del costado de Cristo dormido
en la Cruz (SC 5), que en Pentecostés se presenta con vocación de
universalidad, abierto a todos los pueblos de la tierra. Por ello, Pedro en
nombre de los Apóstoles invita a la conversión a quienes se encontraban en
Jerusalén, judíos y extranjeros: “Convertíos… y recibiréis también vosotros el don del Espíritu
Santo” (Hch 2. 38). Aquel
día se convirtieron tres mil y, a partir de ese día fueron surgiendo las
comunidades cristianas, que de manera secreta, íntima y silenciosa
experimentaban el don del Espíritu Santo y las maravillas de Pentecostés.
En esa mañana la fuerza y el fuego del Espíritu les unge con la ciencia y
la fortaleza, la sabiduría y la inteligencia, la audacia y la piedad; la
valentía y el temor de Dios. A partir de ese momento, comienzan a anunciar en
las plazas y en las calles las maravillas de Dios. Robustecidos con la
fuerza de lo alto, la Iglesia de los comienzos abre las ventanas al mundo para
continuar la misión de Jesús, la misma que Él había recibido de su Padre (Jn
20,21).
En este contexto, celebramos la jornada de la Acción Católica y del
Apostolado Seglar. En ella se recuerda a los laicos que, en virtud de su
bautismo, han de anunciar a Jesucristo en el mundo secular, en la plaza
pública, en la sociedad civil y en los nuevos areópagos. En nuestra
Archidiócesis nos estamos preparando para participar en el Congreso Nacional de
Apostolado Seglar, que se celebrará en Madrid en febrero de 2020, organizado
por la Conferencia Episcopal. Su lema es Pueblo de Dios en salida. Pretende escuchar al laicado y reflexionar sobre la dimensión misionera
de nuestra fe, tomando como pilares fundamentales la vocación, la comunión y la
misión. Animo a las parroquias, asociaciones, grupos y movimientos apostólicos,
a que se impliquen en la preparación y celebración del congreso. La Delegación
diocesana de Apostolado Seglar nos irá informando sobre los pasos que iremos
dando para que esta iniciativa de comunión, que iniciaremos con la Vigilia de
Pentecostés de este año, rinda los frutos de conversión, vida cristiana y
apostolado que todos deseamos.
Saludo con afecto al delegado de Apostolado Seglar y a su equipo y a los
militantes de Acción Católica. Pido al Espíritu Santo que su fuego nos
convierta y purifique, que su calor funda el témpano de nuestras tibiezas,
temores y cobardías, que su luz caldee nuestros corazones en el amor de Cristo
y que su fuerza nos ayude a perseverar en nuestra tarea primordial, anunciar a
Jesucristo a nuestro mundo.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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