"Ventana abierta"
Fiesta de Santa Magdalena Sofía Barat
por Rosa Carbonell, RSCJ
Evangelio: San
Juan 15, 1-12
Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el
viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de
fruto, lo podará, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios por la
palabra que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento
no puede dar fruto de sí mismo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si
no permaneciereis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.
El que
permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer
nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca,
y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y
mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis, y se os dará. En
esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis
discípulos míos.
Como el Padre me amó, yo también os he amado;
permaneced en mi amor. Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor,
como yo guardé los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor. Esto os lo
digo para que yo me goce en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. Este es mi
precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Seguramente alguna vez
Sofía Barat, mientras vendimiaba en las viñas de su pueblo, recordaría las
palabras del evangelio de Juan y se preguntaría qué milagro era aquel por el
que algunas vides daban tanto fruto y otras acababan secas… La respuesta era
fácil: aquellas vides habían sido podadas, les habían cortado sus ramitas
superfluas, precisamente para que las uvas fueran espléndidas, y aunque la poda
hubiera sido dolorosa (¿qué seguridad tenemos de que las vidas no sufrían?), el
secreto estaba en haber permanecido unidas a la vid, recibiendo de ella la savia
vivificadora…
Seguramente también en
su larga vida recordó aquellas vides y su secreto, y supo aplicarlo a su propia
vida y a la de su obra: el secreto era –lo formuló ella misma– la unión y
conformidad con el Corazón de su Señor, que solo podía lograrse –y recibirse
como un don– por medio de la oración y la vida interior…
Hoy, muchos años más
tarde, podemos preguntarnos qué nos estorba para vivir la unión con la Vid
verdadera, qué hay de superfluo en nuestra vida, en nuestra acciones y
actitudes, y cómo hacer para que la savia verdadera –el agua que brota del
costado abierto– sea nuestro alimento imperecedero y podamos dar un fruto que
permanezca…
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