"Ventana abierta"
Seremos semejantes a él (Lc 9,28-36)
Semana II del Tiempo de Cuaresma
- 17 de marzo de 2019
El II Domingo de Cuaresma está reservado a la
contemplación del misterio de la Transfiguración. Este es un hecho real e
importante en la vida de Jesús. Fueron invitados a participar de él los tres
grandes apóstoles Pedro, Juan y Santiago. Lo que nosotros sabemos de ese
acontecimiento es lo que ellos han narrado. Lo hicieron después que Jesús
resucitó de entre los muertos: “Ellos callaron y por aquellos días no dijeron
nada de lo que habían visto”. Esta reserva responde a una orden dada por Jesús
mismo: “Cuando bajaban del monte Jesús les ordenó que a nadie contasen lo que
habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos” (Mc
9,9).
“Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y
subió al monte a orar”. Subió a orar él mismo; pero también sus apóstoles
tuvieron una experiencia de oración, tal vez la experiencia de oración más
intensa de sus vidas. El relato continúa: “Mientras Jesús oraba, el aspecto de
su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante”. ¿Qué hacen
entretanto los apóstoles? “Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño;
pero permanecieron despiertos, y vieron su gloria...”. Uno de ellos, Juan, en
el Prólogo de su Evangelio asegura: “Hemos visto su gloria, gloria que recibe
del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Esta visión
concede un gozo inmenso que supera infinitamente todas las alegrías que este
mundo puede ofrecer. Con razón Pedro reacciona diciendo: “Maestro, bueno es
estarnos aquí”.
No sólo se les concedió ver la gloria de Jesús,
sino escuchar la voz de Dios que la confirmaba: “Este es mi Hijo, mi Elegido;
escuchadlo”. Ocho días antes, el mismo Pedro, en presencia de los demás
apóstoles, había dicho a Jesús: “Tú eres el Cristo (Ungido) de Dios” (Lc 9,20).
Pero seguía pensando que era una persona humana. Ahora la visión de su gloria y
la voz del cielo le revela que Jesús es el Hijo de Dios, es decir, que es una
Persona divina.
A la luz de este evento de la Transfiguración
podemos entender lo que escribe San Juan sobre la filiación divina. Él sabe lo
que significa ser “Hijo de Dios” porque lo ha visto en Jesús. Y eso mismo lo
afirma también de los cristianos: “Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no
se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (1Jn 3,2). ¡Ver a Jesús tal
cual es!
Los apóstoles quedaron marcados por la nostalgia de esa visión. Pero
saben que Jesús volverá a manifestarse en su gloria y entonces –esto es lo
grande- nosotros seremos semejantes a él.
Juan afirma que también nosotros
gozaremos de la gloria del Hijo único de Dios; está pensando que también
nosotros seremos transfigurados como lo fue Jesús en el monte.
El camino obligado para llegar a ese meta es
abrazar la cruz. No se llega a la Pascua sin pasar por la penitencia cuaresmal.
Así lo afirma otro de los testigos de la Transfiguración: “En la medida en que
participáis de los sufrimientos de Cristo, alegraos, para que también os
alegréis alborozados en la revelación de su gloria. Dichosos vosotros si sois
injuriados por el nombre de Cristo, pues el Espíritu de gloria, que es el
Espíritu de Dios reposa sobre vosotros” (1Ped 4,13-14). Cuando esto nos ocurra,
podremos decir al unísono con Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lc
4,18).
Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile)
Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile)
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