"Ventana abierta"
La mochila. Fábulas infantiles cortas
Cuento con enseñanza para niños
María Fernanda Elías
La mochila es una fábula infantil corta de Jean de La Fontaine, cuyos personajes son
unos animalitos que
lo único que hacen es criticarse los unos a los otros. A lo largo del relato,
el autor nos recuerda cómo muchas veces el ser humano no ve sus propios
defectos, pero con facilidad critica los ajenos.
Esta historia es ideal para enseñarle a los
niños el valor del respeto y la tolerancia; inculcar en ellos la amabilidad, y la aceptación de las diferencias en los demás.
Además es una muy buena forma de incentivar el hábito de la lectura en ellos.
Cuentan que Júpiter,
antiguo dios de los romanos, convocó un día a todos los animales de la Tierra ante
su trono. Quería ofrecerles que pudiesen decir, sin temor, si alguno tenía
quejas por su aspecto o por su suerte. Cuando se presentaron, les preguntó, a
uno por uno, si creían tener algún defecto. De ser así, él prometía mejorarlos
hasta dejarlos satisfechos.
- Ven acá, mona, y habla tú en
primer lugar – dijo el dios-. Mira a todos esos animales y compara sus bellezas
con las tuyas. ¿Acaso estás plenamente contenta? ¿O crees, quizás, tener algún
defecto? Yo podría ayudarte…
- ¿Me habla a mí, señor? –saltó
la mona-. ¿Yo defectos? Me miré en el espejo y me vi espléndida. Tengo cuatro
patas, como todos, y mi retrato me parece hermoso. En cambio, el oso, ¿se fijó?
¡No tiene cintura!
- Que hable el oso –pidió Júpiter.
Todos creyeron entonces que el
oso se quejaría, pero no: alabó grandemente su figura.
- Aquí estoy –dijo el oso- con
este cuerpo perfecto que me dio la naturaleza. ¡Suerte no ser un mole como el
elefante! ¡Es una masa informe, sin belleza! ¡Debería cortarse las orejas y
alargarse la cola!
- Que se presente el elefante…
-dijo Júpiter.
Éste se adelantó y, con un
discurso muy discreto, dijo cosas muy parecidas.
- Francamente, señor –declaró-,
no tengo de qué quejarme, aunque no todos pueden decir lo mismo. Ahí lo tiene
el avestruz, con esas orejitas ridículas…
- Que pase el avestruz –siguió
el dios, ya un poco cansado.
- Por mí, no se moleste –dijo
el ave-. ¡Soy tan proporcionado! ¡Tan veloz! ¡Puedo correr a la velocidad de la
luz! En cambio, la jirafa…, con ese cuello…
Júpiter hizo pasar a la
jirafa, quien, a su vez, dijo que los dioses habían sido generosos con ella.
- Gracias a mi altura, veo los
paisajes de la tierra y del cielo, no como la tortuga, que sólo ve los
cascotes.
La tortuga, por su parte, dijo
tener un físico excepcional.
- Mi caparazón es un refugio
ideal. Cuando pienso en el sapo, que tiene que vivir a la intemperie…
- Que pase el sapo –dijo
Júpiter algo fatigado.
Así siguieron pasando: el sapo
acusando a la señora ballena de ser demasiado gorda, ésta hallando a la hormiga
muy pequeña, quien a su vez se juzgaba como un coloso comparada con el señor
gusano…
- ¡Basta! –exclamó Júpiter-.
Sólo falta que un animal ciego como el topo critique los ojos del águila.
- Precisamente –empezó el
topo-, quería decir dos palabras: el águila tiene buena vista, pero ¿no es
horrible su cogote pelado?
- ¡Esto es el colmo! –dijo
Júpiter dando por terminada la reunión-. Todos se creen perfectos y piensan que
los que deben cambiar son los otros.
Entonces, los despachó luego
de escucharlos criticarse entre ellos y hallarse cada cual
tan contento de sí mismo.
Somos como águilas para el
prójimo y cual topos para nosotros mismos. Nada perdonamos a los demás y, a
nosotros todo, porque nos vemos con distintos ojos que al vecino.
Así, el Creador nos hizo a
todos con alforja; puso detrás, la mochila de nuestras faltas y, delante, la
bolsa de los defectos ajenos.
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