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lunes, 3 de septiembre de 2018

La Sonrisa Divina. Humor.

"Ventana abierta"


Quim Muñoz Traver

Es lunes, para muchos un día realmente duro.  Por eso he pensado en comenzar la semana con un post que os arrancara una sonrisa.  Pero no una sonrisa cualquiera, burda, fácil o soez…  No, quería inspiraros una sonrisa inteligente, profunda…  Divina.

Pocas cosas son tan humanas como el humor, compendio de comprensión, inteligencia, crítica y desfachatez.  Irreverente lenguaje para -mediante una irracionalidad o incongruencia- ponernos ante una gran verdad o ante la tremenda estupidez del ser humano…  También la nuestra, pues humanos somos y en la estupidez nos encontraremos.

Parece que hay temas tabú para el humor -cada uno tiene los suyos- y es justamente en éstos donde más fácil es sorprender y enseñar, aunque no siempre arrancar esa sonrisa que puede quedar atrapada en alguna de las prisiones interiores que nos creamos y que se cubren y protegen ofendiéndose ante la irreverencia, la chanza, la falta de respeto o lo que consideran una mofa herética.

Dos autores serios y profundos –Jordi Pigem y Francesc Torradeflot– publicaron en octubre de 2009 un pequeño libro de apariencia irreverente –La sonrisa divina– en el que, a través de diversos chistes e historias breves, trataban de ponernos en contacto con todo aquello que acerca y divide a los creyentes de las distintas religiones que en el mundo son y han sido.
Tomo hoy uno de esos chistes de sus páginas para compartirlo contigo.  Confío en que disfrutes de él como yo, sonriendo y permitiéndote que te inspire -al mismo tiempo- una profunda reflexión por la que ya hemos transitado juntos en el pasado, a través de muy diversos posts.

Dice así:

"Tres hombres de distintas religiones viajaban juntos.  De repente el coche cayó en un lago y, ante el peligro de ahogarse, cada uno de ellos rogó a Dios de acuerdo con su tradición.

El cristiano clamó: “Jesucristo, sálvame”.  
Se hizo el milagro y… ¡pop!, quedó en tierra firme.

El musulmán rogó a Alá y ¡pop!… 
Por un milagro quedó fuera de peligro.

El hindú, muy nervioso, empezó a llamar a todos los dioses: “Rama, Rama”…  Ningún milagro. 
“Krishna, Krishna”, tampoco.  
“Shiva, Shiva” y, completamente desesperado, “Devi, Devi… devfffglu, glú, glú”, y el pobre se acabó ahogando.

Mientras subía al Cielo, empezó a reclamar:
- A ver, ¿por qué mis amigos, que rezan a un solo Dios, han sido salvados y a mí, que tengo tantos, ninguno ha venido a ayudarme?

Entonces, se escuchó, con un gran estruendo, la respuesta divina:
- Claro que iba, hijo mío…  No has perdido la vida porque yo te haya abandonado, sino por tu impaciencia.  A cada segundo me llamabas con un nombre distinto: Rama, Krishna, Shiva… y, caramba, ¡no me dabas tiempo a cambiarme de indumentaria!"

Llámale como quieras, dirígete al Absoluto -si quieres- en silencio y sin nombrarle.  Que no te disguste una pluralidad de credos, que más tiene que ver con nuestras limitaciones y necesidades que con la naturaleza del que toda ciencia trasciende.

Ríete de tus propias seguridades, tómatelas como el chiste que son. Porque, desde el momento en que uno de los hombres más sabios de la antigua Grecia afirmó “sólo sé que no sé nada”, cada vez que nos vanagloriamos de lo que creemos conocer no hacemos más que mostrar nuestra propia estupidez…  Haciendo de nosotros mismos, el mejor de los chistes.

Que pases una buena y divertida semana. 

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