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jueves, 24 de mayo de 2018

PARÁBOLA DE LOS HUEVOS FRITOS

"Ventana abierta"


PARÁBOLA DE LOS HUEVOS FRITOS 
(M. Menapace)

“Había un monje que se sentía muy tentado por la gula. Pero no sólo por el hambre, sino que su debilidad eran los huevos fritos.
Decía que el diablo le tentaba por la noche y tenía que levantarse sin falta a satisfacer esa necesidad. Una y otra vez lo sorprendían los frailes en plena fritanga.
El abad lo llamó varias veces y de buenas maneras le mostró que la situación era absurda. Para hacerse monje había renunciado a cosas muy valiosas y lo había hecho con generosidad. Y ahora su virtud naufragaba ante un par de huevos fritos, comidos a escondidas, en plena anoche, mientras la comunidad descansaba.
-  Lo intentaré, Padre abad –respondía el monje ruborizado- pero créame que el diablo me tienta de manera que no puedo resistir, por más que me esfuerce y luche.
El abad lo bendecía y oraba por él, pero un día decidió ayudarle con eficacia. Pidió al hermano cocinero a partir de esa noche retirar de la cocina la botella del aceite y quitara la llave del gas. Con eso esperaba que el fraile no cayera nunca más en la tentación.
Pero poco tiempo después el monje sintió de nuevo la tentación. Sucumbiendo a su debilidad se levantó sin hacer ruido y se dirigió al gallinero. Sustrajo un par de huevos recién puestos y con ellos se dirigió a la cocina, pero vio que no podía freírlos porque no había aceite ni podía abrir el gas.
Se puso a cavilar. Y se le ocurrió una gran idea.
Cogió la sartén y se fue a la capilla; se acercó a la lamparita del sagrario y echó un poco de aceite en la sartén. Sacó las cerillas y encendió el fuego de uno de los gruesos cirios del altar y sobre esa llama puso la sartén y comenzó a freír los huevos.
En esas estaba cuando apareció el abad en la capilla y le dijo:
- ¡Hermano, esto es el colmo!
El pobre monje, sorprendido, sólo atinó a responder ruborizado:
- ¡Perdóneme, padre Abad, pero el diablo me volvió a tentar y no pude resistir!
Pero el diablo, que estaba sentado en uno de los bancos de la iglesia, se acercó riendo y les dijo:
- ¡Le juro, señor abad, que a mí esto ni se me hubiera ocurrido!”.

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