"Ventana abierta"
Reflexión para el Jueves Santo.
29 - Marzo - 2018
La
liturgia para el Jueves Santo es un verdadero festín. En la Misa Vespertina de
la Cena del Señor, celebramos la institución de la Eucaristía (que quiere decir
“acción de gracias”). Es el comienzo del Triduo Pascual. A pesar de estar tan
cercanos a la Pasión, estamos de fiesta; por eso los ornamentos litúrgicos son
blancos.
Las primeras lecturas
tratan más directamente el tema de la Eucaristía, mientras el pasaje evangélico
nos presenta un episodio relacionado: el lavatorio de los pies.
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo (12,1-8.11-14),
hace memoria del hecho liberador más importante en la historia del pueblo de
Israel, su liberación de la esclavitud en Egipto. La primera Pascua, y la
celebración de la primera cena pascual, signo de la Alianza entre Dios y su
pueblo a través de la persona de Moisés. Ese hecho liberador se convirtió en
“memorial” (zikkaron) para los judíos. Por eso, al celebrar
la Pascua, cada judío se considera que él mismo (no sus antepasados) fue
liberado de la esclavitud en Egipto.
La segunda lectura nos presenta la mejor narración de la
institución de la Eucaristía que encontramos en el Nuevo Testamento,
curiosamente por alguien que no estuvo allí, pero que la recibió por la
Tradición: el apóstol san Pablo (1 Cor 11,23-26). Esa institución se dio
durante la cena de Pascua que Jesús compartía con sus discípulos. Y en medio de
esa celebración, Jesús se ofrece a sí mismo como signo de la Alianza nueva y
eterna, y al ofrecer el pan y el vino pronunciando la acción de gracias,
instituye la cena como zikkaron (memorial) de su Pasión: “Haced
esto en memoria mía”.
La lectura evangélica,
tomada del evangelio según san Juan (13, 1-15), contiene una de las frases más
hermosas y profundas del Nuevo Testamento, y que le da sentido al Triduo
Pascual que estamos comenzando: “sabiendo Jesús que había llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo”. Tanto nos amó que no quiso separarse de
nosotros. Por el contrario, quiso quedarse con nosotros en todo su cuerpo,
sangre, alma y divinidad, bajo las especies eucarísticas de pan y vino. Nos amó
hasta el extremo, nos amó con pasión…
Este pasaje nos narra, como
dijimos, el lavatorio de pies, que ocurre justo antes de la cena pascual. Todos
conocemos el episodio. Lo importante es lo que Jesús les dice al terminar de
lavarles los pies: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me
llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el
Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los
pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis”.
Él estaba a punto de
marcharse, pero quería “sentar la tónica” del comportamiento que sus discípulos
debían seguir. Podríamos desarrollar toda una catequesis sobre el significado
de este gesto de Jesús, pero como he dicho antes el Espíritu Santo nos ha
regalado la persona del papa Francisco, quien encarna ese mensaje de humildad y
servicio. Les invito una vez más a mirarlo e imitarlo. Nuestra Iglesia está
viviendo una nueva era, y nos ha tocado la gracia de ser testigos.
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