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domingo, 25 de febrero de 2018

El que a vosotros escucha, a mí me escucha. (Mc 9,2-10) Semana II del Tiempo de Cuaresma - 25 de febrero de 2018

"ventana abierta"


El que a vosotros escucha, a mí me escucha 
(Mc 9,2-10)


Semana II del Tiempo de Cuaresma 
 25 de febrero de 2018

El Evangelio de este Domingo II de Cuaresma nos presenta el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús, a la que fueron invitados los apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. “Jesús se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo”. Ante esa visión, los apóstoles escucharon una voz del cielo que, refiriéndose a Jesús, declara: "Este es mi Hijo amado”. El Evangelio dice que esa voz salió de la nube que se formó, informándonos así sobre la identidad del que habla. Para los judíos, la nube era un signo claro de la presencia de Dios. El que habla es entonces el Dios de Israel, el Dios único que se reveló en la historia de Israel como el Creador de todo y el Salvador del hombre. Él declara que Jesús es su Hijo amado.
Pero esa voz del cielo que salía de la nube, no sólo declara la identidad de Jesús, sino que agrega una recomendación dirigida a nosotros: “Escuchadlo”. Es una recomendación divina que hoy día nosotros debemos tratar de acoger.
¿Cómo podemos escuchar a Jesús hoy?
Jesús habló mucho en el curso de su vida pública y lo hizo abiertamente, como declara ante el Sumo Sacerdote en el juicio contra él:
 “He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas” (Jn 18,20).
Jesús hizo escuchar su voz. Pero en ese tiempo no existían grabadoras que nos permitieran registrar su voz, ni menos filmadoras que nos permitieran registrar su imagen. Ciertamente existía entonces la escritura, y hay contemporáneos de Jesús que escribieron extensas obras, como Platón y Aristóteles y, en el ámbito judío, Flavio Josefo y el mismo San Pablo. Pero Jesús tampoco dejó nada escrito por él mismo.
Jesús no escribió nada, ni vino en un tiempo en que se pudiera registrar el sonido de su palabra ni su imagen. ¿Por qué no usó esos medios para perpetuar su palabra? Porque esos medios conservan la herencia de alguien que ha muerto y que ya no va a pronunciar ninguna palabra más. Jesucristo, en cambio, está vivo y está hablando hoy. “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos” (Hebr 13,8). Por eso el mandato de Dios tiene validez en todo tiempo y también hoy: “Escuchadlo”.
Es cierto que no podemos escuchar las palabras de Jesús, como podemos escuchar, por ejemplo, las palabras del Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, por medio de un video o un DVD. En este caso estaremos escuchando las palabras del difunto Papa. Jesús, en cambio, no es un difunto; él está vivo y está hablando hoy. En efecto, él aseguró a sus apóstoles que hablaría a través de ellos y en ellos: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).
La voz de Cristo no cesó cuando murió el último apóstol, como enseña el Catecismo: “Por institución divina los Obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha a ellos, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia a ellos, desprecia a Cristo y al que lo envió" (N. 862). La recomendación de Dios no está errada –“absit”- cuando nos manda escuchar a Jesús, porque Jesús está vivo hoy y habla a través de los legítimos pastores de la Iglesia que son sucesores de esos apóstoles. “Escuchemoslos”.

Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile)



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