"Ventana abierta"
Dos hermanos
Cuando su padre murió, dos hermanos, llamados Jacinto y Rosendo, heredaron
sus tierras. Para obrar con prudencia las dividieron en partes iguales y cada
uno se dedicó a las tareas de labranza y cultivo del maíz.
Pasaron los años. Jacinto se casó y tuvo seis hijos. Rosendo
permaneció soltero. A veces no podía dormir pensando algo que le
preocupaba. "No es justo que estas tierras estén divididas a la mitad. Jacinto
tiene seis hijos que debe alimentar, vestir y educar. Yo no tengo familia, el necesita más
maíz que yo".
De este modo, una madrugada decidió ir a su propio depósito. Tomó cuatro
pesados costales y cargándolos, atravesó la colina que separaba su rancho del
de Jacinto. Entró a escondidas al depósito de éste y allí los dejó. Rosendo
regresó a su casa pensando, feliz, que sus sobrinos estarían mejor. Durmió
profundamente.
Por aquellos días Jacinto también estaba preocupado: "No es justo que estas
tierras estén divididas a la mitad. Rosendo no tiene familia. Cuando yo llegue
a viejo mis seis hijos nos cuidaran a mi esposa y a mí. Pero a él ¿Quién le dará
sustento? Debería tener más maíz que yo para vivir tranquilo en su ancianidad" -pensaba.
De este modo, en la misma madrugada, pero a una hora distinta, tomó cuatro
costales de maíz. Cargándolos, los llevó y los dejó en el depósito de Rosendo.
Regresó a su casa pensando, feliz, que su hermano estaría mejor. Durmió
profundamente.
Al día siguiente uno y otro quedaron sorprendidos al comprobar que tenían
la misma cantidad de maíz que la noche anterior.
Cada uno, por su lado, pensó: "tal vez no llevé la cantidad que supuse.
Esta noche llevaré más" Y así lo hicieron aquella madrugada.
Cuando salió el sol se sintieron más perplejos que antes pues hallaron la
misma cantidad de siempre, ni un costal menos. "¿Qué está pasando?" -se decía
cada uno- "¿Acaso lo soñé?". Decidido a no caer en la misma situación Rosendo
llenó un pequeño carro con doce costales. Jacinto hizo lo mismo. Con
dificultades, fueron tirando de él por la colina, antes de apuntar el alba.
Cada uno subía por su lado de la colina. Cuando Rosendo se hallaba casi en
la cima alcanzó a ver una silueta bajo la luz de la Luna, que venía de la otra
dirección. A Jacinto le pasó lo mismo ¿De quién podría tratarse? ¿Era, tal vez,
un cuatrero? ¿Se trataba, quizás, de un forajido?
Cuando los dos hermanos se reconocieron entendieron qué había pasado.
Durante las noches anteriores sólo habían estado intercambiando costales de
maíz entre un deposito y otro. Sin decir palabras dejaron sus cargas a un lado
y se dieron un largo y fuerte abrazo.
(Adaptación de un cuento judío)
Mensaje: Para practicar la bondad, no actúes de manera
automática en ningún caso. Aunque sea por unos instantes haz un alto y
reflexiona sobre lo que ocurre a tu alrededor, en tu casa, en tu escuela, en tu
trabajo, en tu país. Si sientes el impulso de ayudar, hazlo. Prepárate para
recibir, y aceptar, la bondad de los demás. Si alguien te ofrece su
ayuda acéptala.
Autor: Joaquín García L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario