"Ventana abierta"
Vigésimosegundo domingo del T.O
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia para este
vigésimosegundo domingo del tiempo ordinario (Mt 16,21-27) es la secuela de la
profesión de fe Pedro.
Y como no hay profesión de fe sin prueba (1 Pe 1,7), Jesús no
pierde tiempo en anunciar el camino que le espera: “Empezó Jesús a explicar a
sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de
los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y
resucitar al tercer día”. En esta expresión de Jesús no hay insinuaciones, ni
simbolismos; es la verdad cruda y tajante de lo que le espera. Los verbos que
utiliza son inequívocos: “padecer”, “ser ejecutado”, y “resucitar”. Es el
primer anuncio de la pasión por parte de Jesús. Pero los discípulos todavía no
captan el verdadero significado de Sus palabras.
Pedro, contento de haber recibido el don de la fe que le
permitió confesar el mesianismo de Jesús, se escandalizó y comenzó a
increparlo. Su naturaleza humana le impedía aquilatar el valor salvífico del
camino de la pasión que Jesús tenía que caminar. Continuaba pensando en un
Mesías libertador, un líder político que los librara del Imperio Romano. Por
eso Jesús le reprende, utilizando las mismas palabras que usó para reprender a
Satanás cuando le tentó en el desierto (Mt 4,10): “¡Quítate de mi vista,
Satanás!”.
Pedro se había quedado en el “gozo” de la fe, pero no había
podido concretizarla; no había alcanzado a leer la “letra chica” que Jesús no
tarda en señalarle en los versículos que siguen “El que quiera venirse conmigo,
que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere
salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué
le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá
dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la
gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.” De nuevo
los adjetivos inequívocos: “negarse” a sí mismo, “cargar” con la Cruz,
“seguirlo”…
Jesús nos invita a seguirle, pero ese seguimiento no puede ser a
medias, tiene que ser radical; Jesús no admite términos medios ni tibiezas.
“Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás, es apto para el Reino
de Dios” (Lc 9,62). “Ojalá fueras frío o caliente. Pero como eres tibio, y no
frío ni caliente voy a vomitarte de mi boca” (Ap 15b-16). Palabras fuertes,
pero que expresan la seriedad del compromiso que contraemos los que decidimos
seguir a Jesús. En otras palabras, no existe tal cosa como un cristiano light.
Ese es el gran problema de nuestros tiempos, el Cristo de la
prosperidad, el Cristo hecho a la medida de cada cual. Nada parecido a la
“locura de la Cruz” que predicó san Pablo.
Nadie ha dicho que esto de seguir a Jesús es fácil; pero el
premio que nos espera vale la pena (1 Co 9,24-25; 1 Pe 5,4). Esa es la promesa
que nos permite estar alegres en la enfermedad y en la tribulación. ¡Atrévete!
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