"Ventana abierta"
San Simón Stock
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
Centro Interprovinciale ocd
Via Gaspare Spontini, 17
00198-ROMA
María, Madre y Hermosura del Carmelo
Desde finales del s. XII, diversos textos que hablan de los ermitaños latinos del Carmelo afirman que estos se reunían en una capilla situada en medio de las celdas y dedicada a la Virgen María, venerada como la «Señora del lugar» e invocada como Mater et decor Carmeli («Madre y hermosura del Carmelo»). De hecho, el nombre que se dieron a sí mismos es el de «Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». Este título les causó varios problemas cuando los primeros Carmelitas se trasladaron a Europa durante el s. XIII. En aquella sociedad feudal admitían que unos religiosos se consagraran a ser oblatos, siervos o esclavos de la Virgen. Pero les parecía una falta de respeto que quisieran ser considerados sus hermanos y que pretendieran una intimidad con ella sospechosa de irreverente. Muchos les insistieron para que cambiaran el nombre de la Orden.
Además, el
Concilio IV de Letrán había prohibido en 1215 la creación de nuevas Órdenes
religiosas. Numerosos obispos no aceptaban la presencia de los Carmelitas en
sus diócesis, alegando que eran una Orden nueva y desconocida. De nada servía
que los Carmelitas les recordaran sus orígenes en el Monte Carmelo y que su
Regla había sido promulgada por el Patriarca de Jerusalén. Las persecuciones se
sucedían, llegando al desmantelamiento de sus pobres conventos y al
encarcelamiento de algunos religiosos, considerados rebeldes. Muchos amigos de
la Orden les sugerían que buscaran la protección de algún señor feudal
poderoso, según las costumbres de la época, pero ellos se negaron, afirmando
siempre que la única Señora a la que servían y que había de defenderlos era la
Virgen María. Ella era la Señora del Carmelo y sus hermanos e hijos confiaban
en su protección.
Por
entonces, la gente normal disponía de poca ropa. Solo tenía una túnica, que se
protegía con una especie de bata o gran delantal durante los trabajos. A esta
prenda protectora se llamaba «escapulario», porque caía desde las «escápulas»
(los hombros). Los siervos de cada señor feudal llevaban estos escapularios de
un determinado color y tamaño, con lo que se podían distinguir en las guerras,
a la hora de pagar peajes por atravesar las tierras del señor o participar en
el mercado, etc. Como los Carmelitas se negaron a tener ningún señor que les
protegiera en la tierra, adoptaron el hábito y el escapulario de color pardo,
de la lana de oveja sin teñir, que es el que llevaban los pobres y
desheredados. Mientras tanto, seguían confiando en el auxilio de María.
Cuenta la
tradición que un general de la Orden, de origen inglés y de nombre Simón Stock,
especialmente devoto de la Virgen, rezaba cada día para que acabaran las
persecuciones con la siguiente oración: Flos Carmeli, Vitis Florigera, Splendor coeli, Virgo puerpera, Singularis,
Mater mitis, Sed viri nescia, Carmelitis sto Propitia, Stella maris. Que
traducido al español dice: «Flor del Carmelo, Viña florida, Esplendor del
cielo, Virgen singular. ¡Oh, Madre amable! Mujer sin mancilla, muéstrate propicia
con los Carmelitas, Estrella del mar».
Entonces
sucedió el prodigio. Corría el año de 1251. La Virgen María vino a su encuentro
con el escapulario marrón en sus manos, el mismo que los religiosos habían
escogido, porque no querían señores feudales que les protegieran, ya que sabían
que la Virgen era su Señora. Y la Virgen le dijo: «Este escapulario es el signo
de mi protección. Quien muera con él no padecerá las penas del infierno». A
partir de entonces fueron cesando las persecuciones y el escapulario se
convirtió en signo de consagración a María y de su protección continua.
En torno al
escapulario se multiplicaron las tradiciones. La más importante es la de «la
bula sabatina», que parte de un sueño del Papa Juan XXII, al que la Virgen del
Carmen dijo que ella sacaría del purgatorio el sábado siguiente a su muerte a
quienes fallezcan con el escapulario. Con este motivo se fundaron numerosas
«cofradías de ánimas», que ofrecían misas por las almas del purgatorio en
altares de la Virgen del Carmen. Muchos cuadros y relieves la representan con
las almas del purgatorio a sus pies y con ángeles que sacan de las llamas a
quienes están revestidos del escapulario. La archicofradía del Carmen llegó a
ser la más extendida de toda la cristiandad, con sede en iglesias de todo el
mundo. Hasta no hace mucho se necesitaba un permiso escrito del General de la
Orden para que un sacerdote pudiera imponer el escapulario agregando, así, a
los fieles a dicha archicofradía, que los Papas enriquecieron con numerosas
indulgencias.
A lo largo de los siglos son innumerables los fieles
que han llevado el escapulario como signo de su amor a María. También son
numerosos los prodigios y conversiones que la Virgen ha realizado entre los que
llevan con fe y devoción esta prenda tan humilde. Pío XII escribió: «La devoción
al Escapulario ha hecho correr sobre el mundo un río inmenso de gracias
espirituales y temporales». Y Pablo VI: «Entre las devociones y prácticas de
amor a la Virgen María recomendadas por el Magisterio de la Iglesia a lo largo
de los siglos, sobresalen el rosario mariano y el uso del escapulario del
Carmen». Juan Pablo II lo llevaba siempre consigo y lo recomendó en muchas
ocasiones, afirmando: «En el signo del escapulario se pone de relieve una
síntesis eficaz de espiritualidad mariana que alimenta la vida de los
creyentes, sensibilizándolos a la presencia amorosa de la Virgen Madre en su
vida. El escapulario es esencialmente un “hábito”. Quien lo recibe queda
agregado a la Orden del Carmen, dedicado al servicio de la Virgen por el bien
de la Iglesia y experimenta la presencia dulce y materna de María. ¡Yo también
llevo sobre el corazón, desde hace mucho tiempo, el escapulario del Carmen!».
Por su parte, Benedicto XVI ha afirmado: «El escapulario es un signo particular
de la unión con Jesús y María. Para aquellos que lo llevan constituye un signo
del abandono filial y de confianza en la protección de la Virgen Inmaculada. En
nuestra batalla contra el mal, María, nuestra Madre, nos envuelve con su
manto».
No hay comentarios:
Publicar un comentario