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domingo, 13 de julio de 2014

Nadie posee la verdad absoluta.

"Ventana abierta"


Nadie posee la verdad absoluta 

 

El siguiente cuento lo contó una profesora de filosofía:

Había una vez en un pueblo pequeño un hombre que perseguía la verdad, y que no cesaría hasta dar con ella. 
Muchas personas, con fama de ser muy sabias, le habían comentado a aquel hombre que la verdad era una luz muy brillante que iluminaba hasta los lugares más oscuros de la mente humana. 
Así que, ansioso este hombre por encontrar la verdad, buscaba en cada rincón por donde pasaba tal brillante luz. Pasaron semanas, meses, años, y el hombre nunca fue capaz de hallarla, por lo que, abatido, acabó por decir que la verdad no existía, que era un invento.

Y así pasó días y días, pensando esto, hasta que una noche clara y de nubes despejadas, cuando fue a sacar agua de su pozo, encontró dentro de él la luz que tanto había buscado.

Extasiado, el hombre fue corriendo a contar esto a todo el pueblo. Unas personas se burlaron de él, le insultaron y le llamaron mentiroso; otras, simplemente no dijeron nada, pero no le creían.

-Estúpidos/as ignorantes -gritaba el hombre con furia-. ¡La verdad existe y está en mi pozo! ¡¡Yo tengo la verdad!! Lo que ocurre es que tenéis envidia. ¡Envidiosos/as!

Pero hubo un tipo de personas que le hincharon de cólera aún más: aquellas que le creían y aseguraban que ellas también tenían la verdad en sus pozos.

-Mentira. ¡Vosotros/as sí que mentís! La verdad está en mi casa, en mi pozo. La tengo yo, y si yo tengo la verdad, vosotros/as no podéis tenerla!

Algunos amigos y algunas amigas consiguieron convencerlo para que al final fuese a sus casas a ver con sus propios ojos que realmente ellos/as también tenían la verdad. Y entonces lo comprendió todo:

-Lo que ocurre es que hay muchas verdades -concluyó el hombre-. Cada cual tiene la suya y todas irradian su propio resplandor.

Días más tarde, en una noche en la que bajó a contemplar la verdad, el hombre se entristeció al ver que la verdad se había marchado de su pozo. El brillante círculo había desaparecido, pues, al tener la cabeza de por medio, impedía que la Luna pudiese reflejarse en el agua.

Lloró y lloró, hasta que, por casualidad, alzó la vista al cielo, y entonces lo comprendió todo: la luz no se encontraba dentro del pozo, sino que se trataba del mero reflejo de la Luna en el agua de su pozo y en el de sus amigos y amigas.

Esta profesora pensaba que las personas evolucionamos igual que el hombre del cuento:

Primero empezamos desconfiando de que exista alguna verdad. 
Tarde o temprano, descubrimos un trozo de ésta y tratamos de hacerla nuestra, creyéndonos superiores y portadores/as de una verdad única e incuestionable. 
Con el paso del tiempo, nos vemos obligados/as a aceptar que existen otras personas que también tienen su verdad; y después de intentar descalificarlas sin éxito y de intentar que su verdad carezca de todo valor, las incluimos, junto a nosotros/as, en una lista de elegidos/as que sí encontraron la verdad. 
Por último, con suerte, nos damos cuenta de que la verdad no es algo que alguien pueda poseer, aceptamos nuestras limitaciones, y nos conformamos con su reflejo.
Y es que, al fin y al cabo, a veces hay que agachar un poco la cabeza y pensar como René Descartes:

"Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro".



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