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domingo, 20 de abril de 2014

Cerrado por resurrección

"Ventana abierta"


Cerrado por resurrección

7 04 2007.   20-Abril-2014.
 * Vicente Gutiérrez es sacerdote, misionero del IEME del grupo de Tailandia.


Domingo de Pascua.

Cada vez que se acerca la celebración de la Vigilia Pascual recuerdo con simpatía una escena que ocurrió hace años en el Seminario Diocesano de Santander, después de la celebración Pascual en la Catedral. El breve diálogo se dio entre dos seminaristas diocesanos. Uno de ellos, lleno de euforia pascual, medio en broma, medio en serio, exclama: «¡Alégrate, que Cristo ha Resucitado, a lo que su compañero responde siguiendo la broma: «Pero… ¿otra vez?».

La escena refleja esa doble vivencia que se da entre l@s cristian@s. Por una parte están aquellas poquitas personas que viven con alegría y entusiasmo el que Cristo haya resucitado y lo que eso supone para sus vidas: que la última palabra no la tiene la muerte, que no existen despedidas definitivas de aquellos seres a los que quieren, que merece la pena vivir para Vivir y trabajar para hacer frente a los infiernos de los otros. Es decir, hablamos de personas que, alimentadas de la Resurrección, se convierten en “resucitadoras”.

Pero, por otro lado, hay una gran mayoría que viven el acontecimiento de la resurrección como algo tan oído que ha caído en el saco de la rutina, como algo que se repite año tras año y que resulta ya insípido. Si crees que exagero no tienes nada más que mirar, por ejemplo, los rostros de la gente (incluyendo al cura) que “celebran” la Eucaristía. Yo suelo decir que se nos queda cara “de Viernes Santo”. La sombra de la Cruz ha marcado tanto la fe de tanta gente que han sido incapaces de ver la luz de la Resurrección. Y es que es muy triste ver a un cristiano o a una cristiana triste. Yo diría que la tristeza, aunque humana, resulta antievangélica porque oscurece la alegría que supone la Resurrección. Y el problema no se queda solamente en la persona que vive su fe así. El problema se extiende a tod@s aquell@s que leyendo el “evangelio” en las vidas de estas oscuras sombras llegan a la conclusión de que si la fe cristiana es sinónimo de tristeza, ¿qué sentido tiene creer?

Yo creo que muchas veces nos pasa como a las mujeres que fueron al sepulcro. El asombro de no encontrar el cuerpo de Jesús se acentúa cuando uno de aquellos hombres con vestiduras resplandecientes les dice: «¿Por qué buscáis entro los muertos al que vive?» (Lc 24, 3–5). Eso es lo que nos pasa, que nos empeñamos en buscar a Cristo entre los muertos y no nos damos cuenta de que «no está aquí, sino que ha resucitado» (Lc 24, 6). El día que entendamos esto, nuestra fe cambiará, y hasta seremos capaces de salir corriendo, llen@s de alegría, para decir a los demás: «¡Alégrate, que Cristo ha resucitado!».




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