"Ventana abierta"
Lectio
Divina II Domingo Pascua (27-4-2014): Tomás, por Ángel Moreno de Buenafuente
La liturgia de la Palabra para la lectio divina del II
Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia (Tomás) es Act 2,
42-47; Sal 117; 1 Pe 1, 3-9; Jn 20, 19-31)
LLAMADAS
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no
meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo
creo” (Jn 20,25).
“No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis,
y creéis en él” (1Pe 1,8)
“Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza
de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Act
2, 42)
RESPUESTAS
En la prueba, en la oscuridad, en tiempo de
inclemencia o de despojo, cuando se rompe el corazón y se piensa que nada ni
nadie acompaña, la reacción natural es el escepticismo, el desengaño, la duda
de todo y de todos. Nada ni nadie son creíbles, es tanto el dolor, que ofusca
la mirada y hace que toda visión sea oscura.
No solo se trata de una prueba física; lo que más
duele es la herida del corazón, la que se abre por desengaño, infidelidad,
pérdida de la persona amada, rompimiento de la relación amiga, muerte de los
seres queridos. También cuando asalta la duda de la fe, la tentación de
incredulidad.
El apóstol Tomás, con su crisis, representa de forma
muy real la experiencia dolorosa, cuando se pierde lo que más se ama y se duda
de lo más sagrado. A la vez, el texto nos enseña que la luz, el consuelo y la
fuerza se reciben en las mismas heridas.
Un amigo me ha hecho comprender, desde su experiencia
de dolor superado, una expresión evangélica. Ante la dolencia de la ceguera
-“¿Quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»-, Jesús respondió:
«Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios.”
(Jn 9, 2, 3). Y en otro lugar, al acercarse a Betania, ante la muerte de su
amigo Lázaro, exclama: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de
Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (Jn 11, 4).
A partir de estos textos, ¿te atreverás a descubrir
que en tus heridas están tus mayores posibilidades de experimentar el poder de
Dios? Quizá tienes que llegar al límite, para que ahí, cuando ya no puedas más,
comprendas lo que sucede por la gracia. Tus heridas, providencialmente, pueden
ser tus mejores testigos de la misericordia de Dios.
Es el domingo de la Misericordia Divina. Desde hoy, la
Iglesia venerará a San Juan XXIII, y a San Juan Pablo II. Ambos papas son
testigos de fe de lo que sucede cuando se toca el dolor. Que estos nuevos
intercesores nos concedan no dudar nunca de la posibilidad que nos ofrece la
gracia y la misericordia. Y como el Apóstol, confesemos en toda circunstancia:
“Señor mío, y Dios mío”.
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