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domingo, 12 de febrero de 2012

¿Quién habita mi soledad?

"Ventana abierta"


¿Quién habita mi soledad?

12 -Febrero- 2012
Del sacerdote dominico Fco. J. Rodríguez Fassio.


Hace dos o tres años se estrenaba en las pantallas una película muy singular. Se llamaba "El gran silencio". Se trataba simplemente de una música sin texto, una especie como de reportaje de la vida del día a día de los cartujos, esa orden contemplativa en la Iglesia. 
Era curioso, porque en la sala, que estaba llena, hubo un grupo de personas, no muchas, que al ver de qué iba la película, o más bien de qué no iba la película, pues se salieron; sin embargo, la mayoría quedamos allí, en los asientos -explica el sacerdote dominico Fco. J. Rodríguez Fassio- y era curioso, porque al salir después de hora y media en silencio viendo aquellas imágenes, pero sobre todo aquellas caras, a veces en primer plano, que es lo más difícil, sin decir nada, salíamos -decía-  con tal sensación de serenidad, de silencio, como si éste nos hubiera empapado profundamente, que no hablábamos ni en el Hall, ni después cuando salíamos a la calle.
Esa experiencia del silencio, ¿por qué nos atrae? 
Y por otra parte, ¿Por qué nos asusta?
¿Por qué nos atrae y tenemos gana en un mundo tan agitado, con tanto ruido, con tantas voces, de encontrar una sensación profunda de serenidad, de paz, y por otra parte, procuramos no estar nunca en esa situación de silencio porque nos da miedo?
Esto se debe a que el silencio nos hace aterrizar en nuestra soledad interior.

El silencio es la puerta de encontrarnos en ese espacio íntimo, intimidad, alma, espíritu, llamémoslo como lo queramos llamar, que al fin y al cabo nos encontramos con nuestras verdades más profundas. Es como cuando estás en un hotel por la noche, en la oscuridad, te desvelas y te das cuenta de que no estás en tu cama, en tu sitio, y empiezas a oir ruidos extraños: los muebles, otros ruidos que no sabes reconocer y te sientes profundamente solo y extraño.
Pues bien, cuando entramos por el silencio a nuestro espacio interior, a nuestra habitación interior, a veces sentimos esa sensación, los ruidos interiores que habitan nuestra soledad.
¿Qué habita nuestra soledad?
¿Quién habita nuestra soledad?
¿Qué ruidos hay ahí que solamente el silencio puede captar?

Hay dos clases de ruidos:
Uno de ellos es el que habla. La Biblia por ejemplo, es el libro del Deuteronomio, donde cuenta en el capítulo 32, la experiencia de aquel pueblo que de pronto ha salido de Egipto, se está en medio del desierto del Sinaí, le queda todavía una larga marcha, 40 años, hasta llegar a la Tierra Prometida, y si ya de día es difícil la travesía, el calor, la necesidad, lo abrupto del terreno... por la noche es todavía más complicado, porque empiezan esos ruidos amenazadores, la oscuridad, la intemperie.
Y dice así hablando Moisés, hablando de Dios con respecto al pueblo:
"Lo encontró en una tierra desierta en una soledad poblada de aullidos".
El desierto oscuro, misterioso, ignoto, pero con los ruidos de los chacales, de las bestias peligrosas, que hacen todavía más terrible que el silencio, oírlos.

Cuando nosotros nos metemos en nuestro interior por el silencio, a nuestra soledad interior, oímos nuestros aullidos. Es una soledad también poblada de aullidos: nuestros malos recuerdos, nuestras malas experiencias, nuestros traumas, nuestras faltas, nuestras heridas, nuestras expectativas sin hacer... Por eso le tenemos miedo, pero ¿es el único sonido que oímos en nuestra soledad a través del silencio? No.

San Juan de la Cruz expresa otra experiencia distinta, él la llama la "Soledad sonora", porque allí, en medio del silencio, también se descubre una presencia, una acogida, lo que seguía diciendo el libro del Deuteronomio:
"Lo rodeó cuidando de él, lo guardó como a las niñas de sus ojos".
O como dicen los estatutos de los mismos cartujos, ¿por qué esa vida de silencio? Dice:
Porque el silencio es una escucha auténtica y tranquila del corazón que deja entrar a Dios por todos los accesos y por todos los caminos".
Ahí, en nuestro adentro, en nuestra soledad, hay una presencia de la cual podemos nosotros darnos cuenta, conectar con ella y aprovecharnos de ella. A veces se compara un buen ateo con un buen cristiano y se dice:
"Es lo mismo y hacen lo mismo".
Evidentemente un buen ateo puede hacer muchas cosas buenas, evidentemente;  pero hay algo que no puede hacer y que tiene que hacer un creyente si es bueno: la conciencia y la experiencia del Dios vivo. Para él le pasa como aquel que decía:
"Si yo sé que respirar es lo más importante, entonces el acto de respirar es lo más importante".
Pues si yo creo que Dios es lo más importante, el acto de estar en contacto co Él, es lo más importante.
Por eso, en nuestras vidas, en nuestras soledades, en nuestros caminos, en nuestros desiertos, en nuestros silencios, es importante darnos cuenta de esa Presencia viva.
Lo que expresaba la poetisa Sophía de Hello Breyner cuando hablaba de ir por la vida escuchando, y decía así:
"Escucho, mas no sé si lo que oigo es silencio o Dios.
Escucho sin saber si estoy oyendo el resonar de las planicies del vacío o la conciencia atenta que en los confines del universo me mira y me descifra.
Sólo sé que camino como quien es mirado, amado y conocido, y por eso, en cada gesto, pongo gravedad y riesgo".

Buenos días, amigos/as.


1 comentario:

  1. Hola Angelita!...tengo una sorpresa para vos en, http://clubvainillitas.blogspot.com/2012/02/premio-liebster-para-club-de-ninas.html
    Un gra abrazo desde Paraguay

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