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viernes, 22 de julio de 2011

Evangelio según san Lucas 4, 21-30
En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
- Hoy se cumple esta Escritura, que acabáis de oir.
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían:
-¿No es éste el hijo de José?
Y Jesús les dijo:
-Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.
Y añadió: - Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Comentario litúrgico

¿No es este el hijo de José?

Se trata de una coincidencia pero la podemos aprovechar para hacer una lectura provechosa del evangelio de hoy. Esta coincidencia es la situación de este trozo evangélico después de todo el conjunto de epifanía que nos ha ofrecido la liturgia: desde el Niño nacido en Belén y mostrado tanto a los pastores como a los magos, hasta el Jesús del bautismo del Jordán avalado por la palabra del Padre o el de Caná mostrando su divinidad con el milagro del agua convertida en vino.
El mismo domingo pasado con la presentación de Jesús en la Sinagoga de Nazaret era continuación de la misma tónica epifánica. Todo parece que aboca a una acogida de ese Jesús que se está abriendo, dando, a los hombres, pero el texto de hoy clava en el corazón del lector la duda sistemática: "¿No es este el hijo del carpintero?".
El contexto da a entender que la interrogación surgió como efecto de la admiración que les causó a los nazaretanos descubrir tanta autoridad y sabiduría en aquellas palabras de Jesús. Pero de la admiración se pasó a la duda, al rechazo: ¿cómo podía ser Él el Mesías lleno del Espíritu, del que hablaba el profeta Isaías?
Fue el riesgo del silencio, de la cercanía del Dios que ha querido hacerse uno más entre los hombres. Tener cerca la luz encandila y ciega a los hombres
Faltaba una pieza para poder dar el salto y recocerle: la fe. Esa virtud que es certeza en la oscuridad por exceso de luz y que exige la humildad de dar un paso en la oscuridad del entendimiento para encontrar la luz del corazón.
Hoy también se nos invita a andar a tientas apoyándonos en la confianza de quien es la Palabra.

Antonio Luis Martínez

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