"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
EL REINO DE LOS CIELOS ESTÁ CERCA, CONVERTIOS
1 Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:
2 « Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos. »
3 Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.
4 Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre.
5 Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán,
6 y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
7 Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?
8 Dad, pues, fruto digno de conversión,
9 y no creáis que basta con decir en vuestro interior: "Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham.
10 Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
11 Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
12 En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.» (Mt. 3, 1-12)
Este Adviento, por la gracia
de Dios y la humildad y el hambre de nuestras almas,
lo viviremos como si fuera la primera vez que el Señor nos invita a
convertirnos a Él. Y, la tarea de convertirnos es porque “está
cerca el Reino de Dios”. Ante Dios, que se nos ofrece con
todo su amor y su gracia copiosísima, no procede otra postura que
la “con-versión”: Verternos en Dios y dejar de verternos en
las criaturas, buscando en ellas la felicidad duradera que sólo Dios puede
darnos.
Y mirándonos “tan divididos” y
no puros, porque todo hombre es pecador, sentimos un profundo
desánimo: “¡yo no puedo!”. “¡Supera mi capacidad!”. “¡Es
demasiado grande para mí!”: ¡Y, esto es verdad!
¿Quién creo que ha provocado en mi corazón
esta humildad de raíz, sino el Espíritu Santo que no pierde
cuidado de las almas porque son suyas? ¡Y es que, este paso, es
el primero que se da para comenzar a convertirnos!
Y ya, puestos en posesión del Espíritu de
conversión, no tenemos más que dejarnos a arrastrar por esa corriente de gracia
que sentimos con gran atractivo, aunque, a veces, vaya quemando tanta
escoria acumulada en nuestras almas, por el recuerdo penoso de
nuestras infidelidades. ¡Pero, esto que nos sucede, es bueno, es
gracia de Dios para nuestra vida que, sin casi haber hecho nada, se va
adentrado en el Reino de Dios!
Juan Bautista esto es lo
que predicaba; esto es lo que deseaba para los que iban a él
arrepentidos y con el corazón contrito y humillado. Él lo había descubierto en
su estancia en el desierto, tantos años en soledad y austeridad de vida
que iba envuelta en oración continua. Dios, poco a poco, le enseñó este
trato y cercanía con ÉI hasta descubrir que era
el Precursor de Jesús, el Hombre a quien él venía a manifestar
y, que ya estaba viviendo entre todos, aunque todavía ignorado.
Y, en su oración, descubrió
que Éste era el “Cordero de Dios” que
tenía la mansedumbre y humildad de Dios mismo. Y es
el Cordero de Dios que anunció Isaías y que quita el pecado
del mundo que, por ser el Cordero degollado, con
su Sangre ha lavado todos nuestros pecados y nos ha devuelto la
amistad con Dios.
¿Cómo no lo iba a desear Juan el
Bautista con su voz en el desierto? Juan quería parecerse en todo a Cristo
y, con su docilidad en manos del impío Herodes, anticipó la
muerte de Jesús siendo realmente degollado y mezclando su sangre con
la Preciosa de Jesús, el Hijo de Dios Humanado.
¡Señor, nosotros no podemos aspirar tan alto, aunque te amemos todo lo que dan nuestras fuerzas! ¡Él era un elegido especialmente y predestinado para una misión, pero “cualquiera del Reino de Dios es mayor que el” que dijo Jesús, porque, nosotros recibimos todo el sacrificio, Redentor de Cristo, y Juan sólo lo vio de lejos! ¡Danos Señor sabiduría para comprender y vivir estos Misterios! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!





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