"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
EL PADRE, NOS ATRAE A JESÚS
41 Los judíos
murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo.»
42 Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de
José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: ¿He bajado del
cielo?»
43 Jesús les respondió: «No murmuréis entre vosotros.
44 « Nadie puede venir a mí, si el Padre que
me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día.
45 Está escrito en los profetas: Serán todos
enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
46 No es que alguien haya visto al Padre;
sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre.
47 En verdad, en verdad os digo: el que
cree, tiene vida eterna.
48 Yo soy el pan de la vida.
49 Vuestros padres comieron el maná en el
desierto y murieron;
50 este es el pan que baja del cielo, para que quien
lo coma no muera.
51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» (Jn. 6, 41-51)
El hombre no puede, cuando hay algo que no
entiende de la Palabra de Dios, ponerse a criticarla. Esto da la idea
de que es un insensato y cegato. Ante
el Misterio, sólo cabe la adoración y la humildad de
una oración pobre y rendida, por si Dios tiene a bien desvelar
un poco su Ser y, dejarnos ver en algo, lo que Dios
ve, y, renunciando a nuestras percepciones miopes y nubladas.
Pero Jesús, cuando habla a los judíos que
murmuran, no entra en su incredulidad, pues a un corazón
duro, no le es fácil dejarse penetrar por la luz de la gracia
divina. Él sigue hablándoles “palabras misteriosas” y
muy elevadas: “si el Padre no os atrae, no podéis venir a
mí y recibir el fruto de la fe, que es
la Resurrección”. Mas, no está cerrado el camino del
cielo, ni siquiera para los que ven a Jesús con malos ojos. Dice la
Palabra de Dios: “todos seréis discípulos del Señor”. Y, en este
aprendizaje, lo más importante es “escuchar al Padre”.
Cuando nuestra escucha es sincera y quiere
ver, percibimos que, el Padre, no tiene
otra Palabra que ofrecernos
que su Hijo querido, Jesús. Y, aquí, se nos
revela que Él, no es solamente Hombre verdadero sino Dios
verdadero que “ha bajado del cielo” para hablarnos de lo que ha visto
y oído, desde toda la eternidad: la Gloria y el Amor
del Padre.
Y, este Padre es
amorosísimo, hasta inventar el darnos a su Hijo como “Pan
verdadero” que, al comerlo, nos lleva a la vida eterna.
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”.
Pero, su sabor no nos da lo que es este pan. Es, un Pan
celestial cuya realidad nos la da solamente la fe. Sin fe, éste,
es un pan sabroso al paladar, pero nada más porque, su
final, es un lugar de desecho. Pero el Pan de Dios es la Carne
del Hijo del Hombre, de Jesús. Y, esta Carne, comida con fe
y devoción, nos arrastra hasta la vida eterna, hasta la presencia de
Dios en el cielo.
¡Señor, danos siempre de
este Pan! No es que lo comemos por lo que
entendemos, sino por el amor con que lo tomamos y nos dejamos cubrir de
vida de Dios, cubrir todos mis pecados, cubrir todas mis
infidelidades y dudas sobre Dios. ¡Arranca de mi corazón, oh
Dios, al contacto de este Pan, todas mis durezas y
oscuridades! ¡No es tan difícil que yo me aparte de Ti y me vaya tras
otros ídolos que, ni ven ni entienden de mi última visión de Dios en
el Amor!
¡Mi ser está herido y necesita
de este Pan para quedar limpio! ¡Tú Carne, Señor,
¡se ofrece a mi debilidad para sanar
mis enfermedades! ¡Él es esfuerzo y
salvación, pero, sobre todo, es Vida que vence
toda muerte! Y, ¿qué mayor muerte y aniquilación que
el pecado? Él nos introduce en los senos oscuros de la muerte.
Esto, el pecador no lo percibe en los principios, porque, vivir
del pecado es también engañosamente sabroso. Pero al final es una
gran frustración que nos arrastra a la nada y al “no
ser”: ni para mí, ni para las demás criaturas y, lo más
importante, ni para Dios.
¡Señor Jesús, ten piedad de mí! ¡Dame siempre de este Pan! ¡Hazme comer de tu Carne! ¡Quiero con Ella, ver a Dios-Padre y a Ti, su Hijo Amado! ¡Qué así sea, por el amor a tu criatura! ¡Qué así sea! ¡Amén!
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