"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA VIGÉSIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (1)
La primera lectura que nos brinda la liturgia para hoy es el comienzo de
la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,1-2.12-14). Esta carta,
junto a la segunda carta al mismo Timoteo y la carta a Tito, conforman las tres
cartas de Pablo que se conocen como “cartas pastorales”.
Los primeros dos versículos nos permiten apreciar el profundo amor y
respeto que Pablo siente por su discípulo, al llamarlo “verdadero hijo en la
fe”, y desearle “la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo
Jesús, Señor nuestro”. Pablo había dejado a Timoteo a cargo de la comunidad de
Éfeso cuando partió para Macedonia.
El resto del pasaje (vv.12-14) nos muestra la humildad de Pablo, quien
reconoce su vida anterior de pecado (“antes era un blasfemo, un perseguidor y
un insolente”) y que todo lo que ha logrado, especialmente su fe, se lo debe a
la compasión que Dios ha tenido con él, y a la gracia que Dios le ha prodigado.
Esa gracia y compasión le permitieron reconocer sus pecados, experimentar la
verdadera conversión y ponerse al servicio del Señor. De otro modo no hubiese
podido guiar a otros hacia ese camino de conversión verdadera.
En la lectura evangélica para hoy (Lc 6,39-42) Jesús utiliza la figura de
la vista (“ciego” – “ojo”), que nos evoca la contraposición luz-tinieblas (Cfr. Jn 12,46), para recordarnos
que no debemos seguir a nadie a ciegas, como tampoco podemos guiar a otros si
no conocemos la luz. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los
dos en el hoyo?”. El mensaje es claro: No podemos guiar a nadie hacia la verdad
si no conocemos la verdad. No podemos proclamar el Evangelio si no lo vivimos,
porque terminaremos apartándonos de la verdad y arrastrando a otros con
nosotros.
Ese peligro se hace más patente cuando caemos en la tentación de juzgar a
otros sin antes habernos juzgado a nosotros mismos, cuando pretendemos
enseñarle a otros cómo poner su casa en orden cuando la nuestra está en
desorden: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no
reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano:
‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga que
llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces
verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.
Con toda probabilidad Jesús estaba pensando en los fariseos cuando
pronunció esas palabras tan fuertes. Pero esa verdad no se limita a los
fariseos. Somos muy dados a juzgar a los demás con severidad, pero cuando se
trata de nosotros, buscamos (y encontramos) toda clase de justificaciones e
inclusive nos negamos a ver nuestras propias faltas.
“Te pedimos, Señor: Danos ojos limpios y claros para mirar dentro de nuestro corazón y nuestra conciencia, pero empáñalos tenuemente con las sombras del amor cuando veamos las faltas de los que nos rodean. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén” (de la Oración colecta).
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