"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA
FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
¡Nuestra Señora de Guadalupe, ruega por
nosotros!
Hoy Puerto Rico, y toda América Latina, celebra
la Fiesta de la Patrona de América Latina, Señora y Madre de los mexicanos, y
declarada “Emperatriz de las Américas” por el papa Pío XII, en un mensaje
radial a los mexicanos el 12 de octubre de 1945.
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia para esta Fiesta (Lc 1,39-48) nos narra la visita de la Virgen María a
su prima Isabel, y el comienzo del hermoso cántico del Magníficat. María está
encinta, y a pesar de su preñez, parte presurosa a ayudar a su parienta, quien
es una mujer mayor que se encuentra en sus últimos tres meses del embarazo.
Esa es la Virgen que se presenta a san Juan
Diego en el Tepeyac. Si examinamos detenidamente la imagen de Nuestra Señora de
Guadalupe, notamos que la parte más iluminada es el vientre, que aparece ligera
y delicadamente distendido, como el de una joven mujer al comienzo de su
embarazo. Este hecho se confirma por la cinta negra que la Virgen lleva
alrededor de la cintura, que es una prenda que usaban las mujeres aztecas
cuando estaban embarazadas. ¡Qué imagen tan hermosa! Esta imagen de la
Guadalupana es tan rica en símbolos, que resulta imposible ni tan siquiera
intentar enumerarlos en tan corto espacio.
Poseyendo la Santísima Virgen un cuerpo
glorificado al haber sido asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial (parte del
dogma de la Asunción), puede adaptarse, tomar diferentes características
físicas: su edad, estatura, apariencia, características étnicas, idioma,
vestuario, etc. Así la Virgen se acomoda a la cultura y el lenguaje del vidente
con miras a un fin pedagógico. De hecho, toda la simbología de la imagen ha
sido descrita como una “escritura jeroglífica”, un “catecismo” especial para
que los nuevos conversos, que aún no hablaban el castellano, pudieran
entenderla.
En el caso de Nuestra Señora de Guadalupe,
notamos además que su rostro no es ni indígena, ni español, sino una mezcla de
ambas razas, mestizo. Esta apariencia parece anunciar la aparición de una nueva
raza producto de la unión de ambas razas: el pueblo mexicano. Una nueva raza
producto de la unión de otras dos con un elemento común: la fe católica. “He
aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”
(Is 7,14). Así la Guadalupana “da a luz” también a un nuevo pueblo que nace junto
a la evangelización de América y tiene como elemento común al Emanuel,
“Dios-en-nosotros”. Una raza, un pueblo genuinamente latinoamericano, que
recibió a Jesús en su corazón, tal y como estamos preparándonos nosotros “hoy”,
durante el Adviento, para recibirle en los nuestros.
No es por coincidencia, sino por “Diosidencia”,
como dice mi esposa, que la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe se celebra
durante el Adviento, y durante la parte del Adviento en que se nos llama a la
conversión. Es un hecho histórico que en un período tan corto como diez años a
partir de la aparición de Nuestra Señora en el Tepeyac, la fe católica se
propagó por todo el continente, logrando la conversión de todos los pueblos
latinoamericanos.
Este Adviento que nos ha tocado vivir en medio
de una pandemia, tornemos nuestra mirada al rostro amoroso de Santa María de
Guadalupe y meditemos sus palabras a San Juan Diego:
“Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor; que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?”



No hay comentarios:
Publicar un comentario