"Ventana abierta"
COMER EN FAMILIA
Web católico de Javier Olivares
Comer, como tantas
otras necesidades de nuestro cuerpo, se puede satisfacer de varias maneras: a
solas, como mera necesidad fisiológica; socialmente, ajustándose a las normas
de la urbanidad; finalmente, en familia, como cristianos, como conviene a hijos
de Dios que saben y confiesan que el Padre del cielo es quien nos da el pan
nuestro de cada día.
Comer es una necesidad de nuestro organismo. La auténtica
tradición judeocristiana le encontrará a la necesidad orgánica de comer una
forma que satisface los tres niveles: el orgánico, el social y el cristiano:
comer en familia. Es casi un sacramento, vale decir, una forma de hacer
presente a Jesús resucitado en medio de nosotros. Comer en familia, al menos
una vez al día, eleva esa necesidad material de comer a un acto social y
cristiano; se convierte en una sinfonía de arpegios y melodías prácticamente
celestiales.
Comer en familia: No se trata ya de un acto privado y egoísta
de engullir rápidamente alimentos como quien en contados minutos llena el
tanque de su automóvil, sino de poner en artística ejecución a la orquesta más
humana y divina que haya creado Dios: la familia. El comedor era y debería
volver a serlo, el lugar más importante de la casa. El centro del hogar, que
recoge bajo un mismo techo y alimenta con un mismo pan a todos los miembros de
una familia. La vida moderna, con sus distancias entre oficina, colegio y
hogar; sus múltiples faenas y ruidos, su caótica escala de intereses, acaba con
el comedor, con la comida en familia y, lamentablemente, va acabando hasta con
la familia.
Cada hogar, si quiere volver a ser tal, deberá imponerse el
deber de sentarse todos los días a la mesa, por lo menos, una vez al día y,
ciertamente, en fin de semana. Todos sentados al tiempo, sin afanes, sin radio
ni televisión. Por supuesto, sin estar pendientes del smartphone, ni de las
redes sociales o del whatsapp, sin partidos de fútbol, prensa ni revista que
distraigan la atención ni el ritmo de la vida en familia. Todos sentados a la
mesa aprendiendo cultura y urbanidad, oyendo las tradiciones familiares, y
oyéndose mutuamente lo que cada uno hace, sufre y goza. Allí, sentados a la
mesa, se deben hacer las deliberaciones y tomar las grandes y pequeñas
decisiones de familia. Así, los hijos aprenden a deliberar y decidir, y a caer
en la cuenta de que son importantes en la familia. La vida en familia da seguridad
a los hijos, los aparta de los vicios y las malas compañías, les ayuda a
despejar sus dudas religiosas y morales, les compensa las fatigas del día.
Recuerden cómo fuimos educados los que ya peinamos canas. Comimos juntos y
crecimos juntos. Al calor de los "viejos" bebimos tradiciones,
cultura y amor. Comimos y oramos juntos antes de lanzarnos a la vida, como
hombres, a cumplir la misión que nos asignó el Señor. Jamás se nos ocurrió la
fuga hacia el licor, la droga, la calle o la perdición. El hogar, el dulce
hogar, nos educó y nos defendió. Padres de familia: si quieren formar hijas e
hijos seguros, libres de todo mal, educados y valiosos, vuelvan a comer en
familia.
(Reflexión basada en el texto de Alfonso Llano Escobar, S. J.).
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