"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
JESÚS, ES NUESTRO ETERNO SACERDOTE, ANTE DIOS
1 Así habló Jesús, y alzando los ojos al
cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo
te glorifique a ti.
2 Y que según el poder que
le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has
dado.
14 Yo les he dado tu
Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del
mundo.
15 No te pido que los
retires del mundo, sino que los guardes del Maligno.
16 Ellos no son del mundo,
como yo no soy del mundo.
17 Santifícalos en la
verdad: tu Palabra es verdad.
18 Como tú me has enviado
al mundo, yo también los he enviado al mundo.
19 Y por ellos me santifico
a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad.
20 No ruego sólo por éstos,
sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí,
21 para que todos sean uno.
Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para
que el mundo crea que tú me has enviado.
22 Yo les he dado la gloria
que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno:
23 yo en ellos y tú en mí,
para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que
los has amado a ellos como me has amado a mí.
24 Padre, los que tú me has
dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplan mi
gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo.
25 Padre justo, el mundo no
te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has
enviado.
26 Yo les he dado a conocer
tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has
amado esté en ellos y yo en ellos.» (Jn. 17, 1-2. 14-26)
Nuestro
Señor Jesús, es Sumo y Eterno Sacerdote que, está sentado a la derecha de Dios,
en los Cielos, para interceder en favor nuestro.
Dios,
ya en el Antiguo Testamento, instituyó el sacerdocio en la persona de Aarón,
para que, ofreciera dones y sacrificios en expiación de los pecados de su
pueblo, Israel. Aarón, tenía que, ofrecer muchas veces víctimas expiatorias,
como Dios le ordenó, porque los pecados eran continuos y oraba por sí mismo y
por Israel. Pero este sacerdocio, era una simple figura de la realidad. Él,
anunciaba que, llegaría el día en que, Dios aceptaría un sacrificio de
expiación perfecto, es decir que, no sólo borraría los pecados de entonces,
sino los de todos los hombres. Y es que el sacrificio de Jesucristo en la Cruz,
contenía en sí, todos los elementos para que el Padre acogiera este sacrificio.
Jesús, es el Hijo de Dios, pero Él, no se confirió el honor del sacerdocio,
sino Aquél que le dijo: “Tú, eres Sacerdote eterno” y “Pídemelo, te daré en
herencia todas las naciones”. Jesús, es la perfecta víctima que, se ofrece,
porque Él, es santo, es un Cordero sin defecto ni mancha; También Él, es el
Altar donde se ofrece que, fue rociado, para la purificación, con su propia
Sangre. Él, es a la vez, ofrenda y altar, con su propio Cuerpo muerto en la
cruz... Pero lo más importante es que, Él mismo, fue el sacerdote para siempre
que, ofrece al Padre, su Humanidad Santa y su Santísima Divinidad, porque su
Persona, aunque se encarnó y “fue hombre como uno cualquiera”, no dejó nunca de
ser Dios que, habita en el Seno Trinitario junto al Padre y al Espíritu Santo,
en perfecta unidad.
Y
con referencia a nosotros, todo esto, nos afecta muy positivamente, porque
ahora que, Jesús está ya eternamente en el cielo, intercede cada instante por
los suyos que, es su Iglesia, como Cuerpo Santo, que ya no puede separarse de
la Cabeza que, es Cristo. Su Sangre Preciosa, está de continuo ante el Padre,
para recordarle todo el amor que nos ha entregado y Ella, se derrama siempre,
sobre las cabezas de los que han creído en Él y le han amado. No le importan
nuestras debilidades, pues Él también sana nuestras heridas.
Y hay todavía más: Jesús, nos ha asociado a su sacerdocio, de forma que,
“presentando nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios,
realizamos ante el Padre, un culto perfecto”. No es por nosotros mismos que,
somos sacerdotes acogidos por el Padre, sino que, fue Cristo en la Cruz que,
nos mereció este don inestimable: “después de muerto Jesús, un soldado con la
lanza le traspasó el Costado y de él salió Sangre y Agua”. Que representan, el
fuego del Amor en la Eucaristía, por la Sangre; Y el Agua, la purificación del
Bautismo que, limpia todos nuestros pecados y nos devuelve la imagen de Dios,
impresa desde siempre en nuestra alma y perdida por el pecado...
Nuestro sacerdocio, tiene su origen aquí, al pie de la Cruz, así como todos los sacramentos de Vida. ¡Señor, la gratitud muy rendida, es lo único que cabe ante este Misterio de Amor! ¡Gracias Jesús! ¡Gracias por tu Cuerpo y Sangre! ¡Amén, Amén!





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