"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES SANTO
“Señor, ¿quién es?”. Le contestó Jesús: “Aquel
a quien yo le dé este trozo de pan untado”.
Continuando el camino hacia la Pasión, la
Liturgia nos presenta hoy una lectura evangélica que abarca dos pasajes, el
anuncio de la traición de Judas y el comienzo de la despedida de Jesús de sus
apóstoles (Jn 13,21-33.36-38).
Comienza la lectura con una mención del estado
emocional de Jesús: “Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su
espíritu y dio testimonio diciendo: ‘En verdad, en verdad os digo: uno de
vosotros me va a entregar’.” Según se va acercando la hora, la naturaleza
humana de Jesús comienza a rebelarse. Nadie quiere morir. Jesús no es la
excepción. Siente temor ante lo que le espera. Y ese miedo natural se ve
agravado por la traición de un amigo. Sabe que uno de los suyos lo va a
entregar; peor aún, lo va a vender. En los momentos de crisis, buscamos el
apoyo de los amigos, y si esos amigos nos traicionan, ¿de dónde vendrá el
consuelo humano? Trato de imaginar cómo se sentiría Jesús en esos momentos, y
se me forma un nudo en el pecho.
A pesar de su temor y el dolor de la traición,
Jesús sabe que está aquí para cumplir la voluntad del Padre. “Lo que vas hacer,
hazlo pronto”. El tiempo apremia, la hora está cerca: “Ahora es glorificado el
Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él,
también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará”.
El dolor de la traición se ve agudizado por el
conocimiento por parte de Jesús de la deslealtad y falta de valentía que
mostrará aquél a quien había instituido cabeza de Su Iglesia (Cfr. Mt 16,18).
“Pedro replicó: ‘Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti’.
Jesús le contestó: ‘¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te
digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces’.”
Vemos a un Jesús plenamente humano. Negarlo
sería negar el carácter totalizante de la encarnación. Vemos cómo,
especialmente en el Evangelio de Juan, aunque Jesús a veces parece saber por
adelantado lo que va a ocurrir, Él no controla los eventos. Él confía
plenamente en el Padre, en quien pone toda su confianza. Acepta la voluntad del
Padre y sigue adelante, con la certeza de que no lo abandonará en la hora
suprema. El Padre lo envió a cumplir una misión, anunciar la Buena Noticia del
Reino, y Él la ha cumplido a cabalidad. Por eso con su último suspiro antes de
expirar en la cruz podrá decir: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).
En esta Semana Santa, meditemos esta lectura y
preguntémonos: ¿Cuántas veces he traicionado a Jesús después que Él depositó su
confianza en mí? ¿Cuántas veces le he negado, o me he sentido cohibido o
avergonzado de profesar mi amistad con Él? Tratemos de imaginar por un momento
cómo se siente Él cada vez que le fallamos…
Poniéndonos ahora en Su lugar, cuando estoy en
medio de la prueba, cuando el dolor de la traición y la incertidumbre me
arropan, ¿confío plenamente en el Padre y me someto a Su voluntad después de
haber hecho todo lo que está a mi alcance, o me rebelo y pretendo buscar
soluciones humanas más compatibles con mis deseos?
La voluntad del Padre es solo una: nuestra
salvación. Si nos sometemos a ella, Él nunca nos va a complacer en algo que
pueda convertirse en un obstáculo para nuestra salvación. Piénsalo…
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