"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMA
SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (1) 6 - Octubre - 2021
Comienza el pasaje mostrándonos a Jesús en oración, en ese diálogo íntimo
con el Padre que caracterizó toda su vida. Los discípulos esperan que termine
de orar, y se acercan a Él con una petición: que les enseñe una “fórmula”, una
oración que todos puedan utilizar que los distinga como discípulos suyos, al
igual que lo hacían los discípulos de Juan, los fariseos, y otros grupos.
“Señor, enséñanos a orar, como Juan Bautista lo enseñó también a sus
discípulos”. Es decir, no le están pidiendo que les de una catequesis sobre la
oración (en eso de la oración nuestros primos los judíos nos llevan mucha
ventaja), sino que les enseñe una oración que contenga los elementos básicos de
su relación con Dios y, más aún, de su actitud para con Dios. Es ahí que Jesús
formula esa oración que nos distingue como cristianos, la primera que
aprendemos de niños, que aunque no menciona a Jesús, nos muestra la actitud de
Jesús hacia Dios, y por tanto de nosotros como sus seguidores.
Y lo primero que Jesús hace es algo que para nosotros es natural, pero que
era inconcebible para la mentalidad judía de su época. Comienza por instruir a
sus discípulos que se dirijan a Dios como “Padre” (Abba),
tal como Él mismo lo hacía. “Cuando oréis decid: ‘Padre’,…” Jesús instruye a
sus discípulos a dirigirse a ese Dios distante y terrible cuyo nombre no se
podía ni tan siquiera pronunciar, llamándole “Abba”.
Este sería definitivamente el “sello” que identificaría a los seguidores de
Jesús, a los “seguidores del Camino”, que más adelante, en Antioquía, después
de la Pascua de Jesús, serían llamados cristianos (Hc 11,26). Así, el Padre
Nuestro sería, en lo adelante, la manifestación verbal de ese sello. Y para que
no quedara duda de que los discípulos habían sido autorizados por el mismo
Jesús a referirse a Dios con esa familiaridad que rayaba en la blasfemia, desde
muy temprano en la Iglesia primitiva se introdujo en la liturgia una fórmula, a
manera de preámbulo, que utilizamos todavía: “Fieles a la recomendación del
Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos ‘atrevemos’ a decir”.
Así los cristianos podemos dirigirnos al Padre con la misma intimidad, la
misma familiaridad con que lo hacía Jesús. Pablo diría más adelante que es el
Espíritu de su propio Hijo que nos permite clamar: “Abba, o sea: ¡Papá!” (Rm
8,15; Ga 4,6), tal como Él lo hacía.
Hoy, pidamos al Padre que nos conceda la gracia de poder dirigirnos a Él con la misma confianza que lo hizo su Hijo; con la confianza de un niño que le presenta a su papá un juguete roto, con la certeza de que él es quien único que puede repararlo.



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